Diplomacia
Hoy tenemos en España un ministro de Asuntos Exteriores que habría hecho feliz a don Manuel del Palacio. No hemos perdido colonias porque ya no las tenemos. Y jamás hubiera contratado a un poeta peligroso como escribiente. En lo único que coinciden aquel Duque de Almodóvar con nuestro Albares de hoy es en el tamaño
Coincidentes o discordantes, amigos o adversarios, brillantes o nubosos, los diplomáticos españoles han tenido un gran prestigio internacional. Supieron guardarse para sí sus desavenencias corporativas con el único fin de servir a España. No fueron representantes del Rey, ni de la República , ni del franquismo, ni de la nueva y agonizante etapa democrática. Lo fueron de España, unos con más méritos que otros. Pero el prestigio se mantuvo a lo largo de los siglos. El diplomático guarda sus preferencias, esconde sus inclinaciones y pasa más de dos tercios de su vida alejado de sus raíces. En general, tienen un defecto en común. Son unos plomos contando anécdotas. Han vivido – y muchos han muerto cumpliendo con su deber, Arístegui, Ruiz del Árbol–, y han puesto su vida en juego para socorrer a quien lo necesitaba y acudía a nuestras embajadas y consulados. Han padecido injusticias de sus ministros y subsecretarios porque en todas partes cuecen habas. Lo que no se ha dado jamás entre los ministros de Asuntos Exteriores es la deslealtad. Albares, por lo que tengo entendido, es un verso suelto por los odios y complejos que no duda en manejar en contra del mismo Rey.
Sumo a los diplomáticos de carrera –La Carrera–, y de eso sabe muchísimo más que yo Ramón Pérez-Maura, a muchos y extraordinarios embajadores políticos, que en la actualidad son de saldo y rebajas casi todos ellos. Sumisos, que no leales, al poder establecido. Y la diplomacia ha sido una escuela de cultura, de sabiduría y de altísima literatura. También por parte de los enchufados, como el gran don Manuel del Palacio, el más libre, arriesgado y agudo de los poetas satíricos españoles del entre siglos, del XIX al XX. Conoció «El Saladero» – la cárcel-, y el exilio, porque antes que funcionario del ministerio de Ultramar, fue un poeta que no pulía la agudeza de sus versos.
Me voy, camino de Francia.
¡Me cago en la providencia
Del juez de Primera Instancia
Del Distrito de la Audiencia!
Sin un real, fue recomendado como escribiente por el Duque de Ciudad Real y Marqués de la Torrecilla al malhumorado y gruñón Duque de Almodóvar del Río, ministro de Ultramar. El Duque, harto de las ausencias y chascarrillos a sus espaldas del genial poeta, le mostró la puerta de salida. Coincidió con la pérdida de las colonias, y don Manuel le dedicó una inspirada quintilla.
Fue ministro porque sí.
Y en once meses y pico,
Perdió Cuba, Puerto Rico,
Las Filipinas… y a mí.
Su protector, que nada hizo por seguir amparándole, el Duque de Ciudad Real y Marqués de la Torrecilla, tampoco salió airoso del trance.
Ni Ciudad Real tampoco.
Pero él es marqués y duque,
Y Grande de España, y tonto.
No oculta identidades cuando se refiere en un soneto a determinadas costumbres de la Corte.
Voy de belenes a ocuparme un rato;
Joden la Castellani y Valcerrato,
Y jode Luis León con la duquesa.
Se lo da a Pepe Arana la de Sesa,
La Riquelme a Cadenas, «el Traviato»,
Y con Alba y cien más, falta al recato
La de Hortega – con hache-, baronesa.
Saavedra a la Lombilla jode ahora;
San Juan de Fernandina es el segundo,
Y don Ramón, con la Fonseca mora.
Más si queréis ejemplo más profundo,
En Palacio hallaréis a una Señora
Que es capaz de joder con todo el mundo.
No estuvo discreto.
Hoy tenemos en España un ministro de Asuntos Exteriores que habría hecho feliz a don Manuel del Palacio. No hemos perdido colonias porque ya no las tenemos. Y jamás hubiera contratado a un poeta peligroso como escribiente. En lo único que coinciden aquel Duque de Almodóvar con nuestro Albares de hoy es en el tamaño. Uno y otro estiraron mucho el cuello para ganar un centímetro de altura, un ímprobo esfuerzo para pasar de ser cerceta a pato azulón. El Duque era tronante y desahogaba sus complejos. El actual ministro, administra con celoso veneno la amalgama de sus odios y sus venganzas. Varios embajadores lo han sufrido.
Fue ministro por favores,
Y en lo que dura un mal sueño
Se ha cargado con empeño
La Carrera de Exteriores.
Con uniforme es la pera;
Sin uniforme, un tapón.
Un fatuo y taimado hortera
Que ha hecho de La Carrera
Una desgracia. Y Chimpón.
Pues eso. Chimpón.