El Gengis Kan
Trump es, probablemente, el presidente de los Estados Unidos menos partidario de intervenir contra las tiranías. Sucede que su aspecto, su firma y sus ademanes nos han engañado. El día que menos se lo espere, Maduro y sus huestes invaden Nueva York, que tiene un otoño para chuparse los dedos
Me hallo, a Dios gracias, a 7.800 kilómetros de Caracas. Puedo dormir tranquilo, porque Zapatero está escondido. Pero abrumado por el poder, el arrojo y la marcialidad del Gengis Kan venezolano, Nicolás Maduro. Ha presidido y encabezado una marcha de aviso a Donald Trump, que de nuevo disparará contra el tirano con balas de goma. Mucho ruido y pocas nueces. O eso, o que le ha impresionado el poder de Maduro, que reunió a más de cuatrocientas mil personas en su marcha hacia la derrota de los Estados Unidos. No está descartado que se sume a los mandos de la tropa el gran traidor español, el autor de todos los males que Sánchez no ha tenido dificultad de estropear.
Pónganse en el lugar de Trump. Sigue segundo a segundo los aconteceres del mundo. Entra Melania en su despacho y le comunica que está como un brasero. «Trumpi, deja de ver la televisión, procedemos a un quiqui, y te devuelvo la libertad. Lógicamente «Trumpi» accede. Cuando todo ha terminado, Trump se aterroriza. Maduro comanda por las calles de Caracas a cuatrocientas mil personas, entre ellas, a Monedero, a Errejón, a Bolaños disfrazado de lagarterana y a Zapatero perdido entre los tepuís de la gran sabana, entre el río Caroní y el salto de Ángel. Hay caimanes en el Caroní, lo que anima a sospechar que está escondido en un cuarto de baño del hotel que habita hasta que le construyan la casa. Y no están del todo intranquilos, porque conocen que a Trump se le dispara la lengua y en el último segundo, da un paso atrás. Es la antítesis de los Marines, esa gran unidad que nos copiaron a los españoles con nuestra Infantería de Marina. Pero tengo que reconocer que, por esta vez, el miedo de Trump está justificado. No quedan Gengis Kan sobre la faz de la tierra exceptuando al instruído conductor de autobuses. Se va a enterar el del tupé rubio».
Trump es, probablemente, el presidente de los Estados Unidos menos partidario de intervenir contra las tiranías. Sucede que su aspecto, su firma y sus ademanes nos han engañado. El día que menos se lo espere, Maduro y sus huestes invaden Nueva York, que tiene un otoño para chuparse los dedos. En Trump todo es teatro, mientras en Maduro prevalece la acción. Mientras son torturados, asesinados y desaparecidos miles de venezolanos, Trump hace que rodea por la costa la tierra de Venezuela, mientras sus marinos y marines juegan al poker. Maduro aglutina en su entorno a centenares de miles de venezolanos, y marcha el primero para dar ejemplo, y como siempre, todo quedará en agua de borrajas.
Desde la Guerra Mundial, Los Estados Unidos sólo ganan las guerras del Clint Eastwood en el cine, que es grandioso. Europa le debe todo a los americanos. La Resisténce no existió, prácticamente, y los americanos no quieren que los suyos descansen bajo tierra lejana. Trump le tiene más miedo a un criminal como Maduro, que a una reunión de protesta de las viudas del noroeste de Boston por la subida del precio de la leche. Y una vez más, sustito y a casa. Y Gengis Kan en Miraflores con el horroroso retrato de almanaque del hijoputa de Simón Bolivar, Zapatero liberado de su escondrijo y los venezolanos que no han hecho fortuna con Maduro – Madrid está lleno de los afortunados- abandonados a su suerte y muerte a orillas de sus caribes. La bellísima «Pequeña Venecia»
«Bien Trumpi. Los tienes aterrorizados. Por eso te quiero.»
Otra guerra que hemos ganado.