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El ojo inquietoGonzalo Figar

Israel y la flotilla basurilla

Por añadir a los olvidos, otro pequeño detalle: Gaza también tiene frontera con Egipto. Y Egipto –un país árabe, musulmán y vecino– mantiene esa frontera cerrada a cal y canto. Ningún país árabe ha acogido ni un solo refugiado palestino

Estos días estamos aguantando en todos los platós, periódicos y radios a los «héroes» de la flotilla a Gaza. Esos activistas de pacotilla que, justo en la misma semana en la que se cumplen dos años de la mayor masacre judía desde el Holocausto, han decidido hacerse las víctimas. La coincidencia es casi poética: mientras algunos recordamos el terror del 7 de octubre, ellos televisan su «horrible experiencia». Pobrecitos.

Digamos alto y claro lo que todos sabemos: esto era una farsa desde el principio. Una pantomima. Una excursión de activismo low cost con guion escrito. Estos no eran cooperantes ni humanitarios. Eran turistas morales. Gente que ha hecho de la compasión un espectáculo y del ego una causa política. Ni tenían intención de llegar a Gaza ni les importan un carajo los gazatíes. Su objetivo era otro: hacerse los héroes, colgarse una medalla de cartón y llenar el Instagram con fotos de «resistencia».

Tres semanas de vacaciones por el Mediterráneo, de isla en isla hasta llegar al límite de Gaza donde, obviamente, Israel los detuvo. Porque claro, ¿qué país en guerra dejaría entrar a una flotilla de perroflautas a una zona militar controlada por una organización terrorista? Pero eso no importaba. Lo importante era cumplir el guion: te detienen, lloras un poco, te devuelven a casa, te dan un micrófono y ya puedes decir que has sido víctima del «Estado nazi judío». Todo muy cuqui. Es tan grotesco que da hasta vergüenza dedicarles estas líneas, aunque sea para criticarles.

Y lo más repugnante no es la farsa, es la cobardía moral. Esa tal Hanan diciendo que habían sido «torturados VIP». Otro comparó su detención con «una mezcla entre Auschwitz y Guantánamo». Sus quejas, atención, son para enmarcar: que les dieron agua del grifo; que les pusieron imágenes de la masacre; que les apuntaron con pistola (¡soldados de un ejército en guerra!); que les retuvieron 4 días antes de repatriarles.

Yo me pregunto si la 'Barbie Gaza' se atrevería a mirar a un niño palestino a los ojos y explicarle el concepto de «tortura VIP». Que se siente con uno de esos chavales –de esos a los que dice defender– y le cuente lo durísimo que fue beber agua del grifo durante cuatro días. A ver qué cara pone el niño. Porque, efectivamente, hay gente que sufre. Pero no son los de la flotilla.

Esa es la ignominia moral. Mientras los verdaderos vulnerables –niños, mujeres, familias de Gaza– mueren o sobreviven entre ruinas, estos privilegiados lloran por chorradas de niñato mimado. Dicen defender a un pueblo que sufre un infierno, pero solo se compadecen de sí mismos. Lloran por una incomodidad (una incomodidad buscada y programada, además) y van a platos a contar su «tortura», a llevarse su cuota de puntos de postureo moral. Viven de puro narcisismo y de moralidad impostada. Es obsceno. Y profundamente ofensivo para quien de verdad sufre.

Mientras ellos llenan los platós, se cumplen dos años de la matanza del 7 de octubre y nadie recuerda a las víctimas. Nadie recuerda a las 1.500 personas asesinadas, a las más de 250 secuestradas (y a los más de 20 que aún siguen cautivos). Nadie habla de las mujeres violadas, de los bebés quemados, de las familias masacradas en sus casas. Esa memoria, que debería ser el centro de todo, ha sido borrada. Y con ella se ha borrado la responsabilidad de los verdaderos culpables: Hamás.

Nadie recuerda que fueron ellos quienes iniciaron esta guerra, no Israel. Nadie dice que Hamás lleva oprimiendo a su propio pueblo desde que Israel se retiró de Gaza en 2005. Nadie menciona que han recibido miles de millones en ayuda internacional y lo han gastado en construir una red de túneles más grande que el metro de Londres. Nadie menciona que el objetivo expreso de Hamás es destruir a Israel y a sus ocho millones de judíos.

Es Hamás quien impide a los propios palestinos huir cuando Israel da preaviso de un ataque. Es Hamás quien coloca sus centros operativos bajo hospitales y escuelas. Es Hamás quien roba la ayuda humanitaria que Israel permite entrar, para luego repartirla como botín político. Es Hamás quien ha sembrado explosivos en las entradas de sus túneles – miles de ellos–, obligando a Israel a derribar edificios enteros para evitar que sus soldados mueran al intentar entrar.

Por añadir a los olvidos, otro pequeño detalle: Gaza también tiene frontera con Egipto. Y Egipto –un país árabe, musulmán y vecino– mantiene esa frontera cerrada a cal y canto. Ningún país árabe ha acogido ni un solo refugiado palestino. Ni Egipto, ni Jordania, ni Arabia Saudí. Pero de eso, silencio absoluto.

Criticar a Israel es legítimo. Por supuesto que lo es. Israel no está por encima del bien y del mal, ni exento de cometer abusos. Y compadecerse del sufrimiento palestino es humano y necesario. Pero lo que no es loable es hacerlo desde la memoria selectiva, recordando solo a unos y olvidando a otros. Lo que no es loable es lamentar el dolor palestino y borrar el israelí; hablar de opresión y callar cuando el opresor es Hamás; denunciar bloqueos y olvidar a Egipto. Lo que no es loable es convertir la tragedia en un espectáculo, en postureo moral, en narcisismo desbocado. Eso es, simplemente, indecente.

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