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28 de marzo de 2024

TribunaIsabel María de los Mozos y Touya

Inocencia y corrupción

Permitir que las relaciones humanas más íntimas se banalicen y se vuelvan vanas es autodestructivo, individual y colectivamente

Actualizada 12:52

La educación afectivo-sexual no puede consistir fundamentalmente en enseñar a los menores a poner preservativos, como ya viene sucediendo también en los colegios confesionales. Esto es deformante, porque es dar por supuesto que el sexo es un objeto más de consumo y que la mujer es un objeto, cuando no debería ser así, ni una cosa ni la otra. El sexo es una dimensión esencial de las personas, porque las define, y debe estar reservado a la intimidad, porque no es una actividad social más, es mucho más que compartir algo de comer o salir por ahí a tomar algo, o ir a bailar sin hacer el animal… El sexo forma parte de la privacidad y vincularlo al preservativo contribuye a confundirlo todo. De la misma manera que para hablar con alguien no es necesario evitar decir lo que uno piensa sistemáticamente, sino más bien lo contrario… Si alguien llega a querer comunicarse sexualmente, el preservativo sobra. Porque impide esa comunicación realmente, tratando de evitar lo que es y sus posibles efectos naturales, llegado el caso.
En realidad, lo que habría que enseñar a tiempo es que nadie debe hacer nada de lo que no pueda responder, con todas las consecuencias. Y también, que el sexo está naturalmente vinculado a la procreación. Por eso, no se debe tener sexo con cualquiera, ni en cualquier momento. Separar las relaciones sexuales de la posibilidad de concebir una nueva vida es dar el primer paso hacia la promiscuidad, y es también poner puertas al campo porque los preservativos pueden romperse… Al parecer, así sucede con cierta frecuencia, siendo además un margen de error tan importante como para constituir un relevante volumen de negocio en los laboratorios que fabrican la píldora del día después.
En definitiva, lo que habría que aprender es que el sexo debe estar reservado para quien más importa y en la intimidad, abierto a todas sus consecuencias naturales, además. Pero algo así sólo es posible tomándoselo muy en serio. Y ello comporta respetar mucho a los demás, sin poner a nadie en el brete de tener que contener ningún impulso inducido «irrefrenable», sin dar pie intencionadamente a nada desbordante, ni tampoco sentir vergüenza por tener que controlar las propias inclinaciones, racionalizando la situación y midiendo los propios instintos, sin perder la libertad… Pero, sobre todo, pensando siempre en el otro y en todos los demás, incluido quien pudiera llegar a ser uno más…
Al menos, esto sería lo que habría que enseñar a la juventud, dejando a los niños ser lo que son, sin robarles su inocencia, socapa de una falsa y pretenciosa formación. Todo lo demás, en la práctica, viene a ser corrupción de menores, de la que hay que responder siempre en alguna medida, cuando sea, como ahora mismo… Permitir que las relaciones humanas más íntimas se banalicen y se vuelvan vanas es autodestructivo, individual y colectivamente. Y me atrevo a advertir que propicia eso que ahora se llama «violencia de género», porque todo ello alimenta falsas expectativas en personas violentas y sin la debida formación. Pues, carentes de otras metas, optan por la peor alternativa, entre disfrutar o matar. Y como caldo de cultivo, la Organización Mundial de la Salud promueve un falso concepto de salud sexual, consistente en el «bienestar personal», y eso no puede ser así, sin más. Porque el bienestar nunca puede ser a costa de los demás.
  • Isabel María de los Mozos y Touya es profesora titular de Derecho Administrativo en la Universidad de Valladolid
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