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Abecedario filosóficoGregorio Luri

Alma

Ya que no podemos trazar con precisión los perfiles del alma, Platón nos invita a imaginarla como una pareja de caballos alados y un auriga

Actualizada 04:20

Desalmados

La de desalmados que hay hoy por las calles, ignorantes de tener un alma, a pesar de que, como leemos en Moby Dick, el alma «no se puede esconder». Hasta lo que vemos en las cosas es un reflejo de nuestra alma. Amiel decía que el paisaje es un estado del alma.

Hacerse un alma

Lo escribe Unamuno en La agonía del cristianismo: «El fin de la vida es hacerse un alma».

¿Dónde está el alma?

«El alma de un hombre», decía Erasmo, «no está donde vive, sino donde ama» (El galán y la dama). Garcilaso y Lope lo dicen mejor. El primero: «Mi alma está cortada a tu medida». El segundo: «Donde se tiene amor, / allí es la patria del alma».

El rumor del alma

«El lago de mi alma –escribe Valle-Inclán–, yo lo siento ondular». Este ondular es íntimamente mío, como lo es ese sabor remoto que toca el «paladar del espíritu» (Unamuno) o el apagado sonido de los pasos que recorren «las secretas galerías del alma» (Antonio machado).

El carácter elusivo del alma

En el evangelio apócrifo conocido como Evangelio de los egipcios, hallamos esta declaración: «El alma es difícil de encontrar y de comprender, pues no se queda quieta ni en una misma forma ni en una misma pasión, sino que siempre está cambiando».

«De anima humana», dirá San Agustín, «no parva quaestio est».

Ya que no podemos trazar con precisión los perfiles del alma, Platón nos invita a imaginarla como una pareja de caballos alados y un auriga. Uno de los caballos quiere volar alto, el otro quiere ir a ras de tierra (Fedro 246 b).

Como vivos ligados a los muertos.

Según Platón, la dependencia de los placeres y dolores del cuerpo clava el alma a la carne (Fedón 83c). Siguiendo esta imagen, Aristóteles nos cuenta que «igual que afirman que los etruscos torturan muchas veces a los condenados atándoles de frente, cara a cara, un cadáver, quedando así ajustado miembro con miembro, así también el alma parece estar extendida y adherida a todos los miembros sensibles del cuerpo» (Protréptico 107).

Ese algo especial

Hay algo en nosotros, observa Platón, que es el receptor unitario de todas las diferentes percepciones sensoriales, «llámalo alma o como deba llamarse». Este algo posee la capacidad de analizar lo que hay de común y de diferente en todas nuestras percepciones, al mismo tiempo que relaciona el pasado y el presente con el futuro. En este sentido, el alma es lo más próximo a la verdad que hay en nosotros (Teeteto 184d y Fedón 80 b).

Aplicarse a la filosofía es atender a lo que es capaz de medir el tiempo, como las ideas de semejanza y diferencia, hermoso y vergonzoso, bueno y malo, etc., y a nuestra familiaridad con esas cosas (Fedón 82 a), que abren en nosotros perspectivas de eternidad. «Al mundo del más allá –nos dice Sócrates en el Fedón- cada uno entrará según su afinidad con lo que se ejercitaba».

Fox Morcillo, en su Comentario del Fedón (1556) sostiene que la filosofía invita al alma «a recogerse y concentrarse en sí misma» para dar con el infinito.

Universal y personal

El alma es, por una parte, lo más universal que hay en nosotros, porque a todos nos iguala el tener alma y, por otra, «lo más personal» (Leyes 726 a).

Alma y vergüenza

«¿No te avergüenzas de ocuparte tanto de engrandecer tu fortuna, tu gloria y tu honor y en cambio de mejorar tu alma, ni te preocupas ni piensas?» (Apología 29 de).

En este párrafo platónico se postula, por primera vez, que la dignidad del hombre reside en su capacidad para cuidar de su alma. Podría no haberse dicho nunca nada semejante. En otras culturas se ha estado muy lejos de pensar al hombre de esta manera. Si así hubiera sido, hoy seríamos diferentes. En gran medida la historia de la cultura occidental ha sido un ejercicio de profundización de esta intuición.

El cuidado del alma

«El cuidado del alma», dice Patocka en Platón y Europa, «no tiene por finalidad el conocimiento, sino que el conocimiento es, para el alma, un medio de llegar a ser lo que puede ser, lo que aún no es por completo.» Es decir, el cuidado del alma «es la formación interior del alma misma» proporcionándole experiencias de orden, rigor, límites, solidez y belleza. Es aprender a sentirse incómodo como mero consumidor de evanescencias.

El alma callejera

El alma, nos dice Francisco de Osuna en el Tercer Abecedario (1527) también es caprichosa. Por eso, cuando la sintamos dispersa y distraída, hemos de corregirla con estas palabras: «¿Dónde has ido volando, oh ánima mía? ¿Qué traes de allá do fuiste, sino tibieza? […] No seas callejera».

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