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Abecedario filosóficoGregorio Luri

De Causa final a Chesterton

Para Platón, la caza es la imagen más fiel de la filosofía. Toda su obra está plagada de referencias venatorias

Actualizada 04:30

Causa final

El gran Nicolás Ramiro Rico, en El animal ladino y otros estudios políticos: «Sólo donde hay fines puede haber decisiones efectivas, y esto es lo que el hombre de hoy no tiene, objetivos finales, metas de su acción».

Causa noble e imperfecta

No hay causa humana que no tenga alguna tara, pero hay causas nobles con taras. Conviene ser consciente de sus imperfecciones para no caer en el fanatismo y de su nobleza para no caer en el desaliento.

Causa perfecta

Según el zaragozano Avempace, no existen las ciudades perfectas. Si existiesen, en ellas todas las opiniones serían verdaderas y todas las acciones justas; no habría ni vicios ni delitos y, en consecuencia, ni médicos ni jueces. El amor mutuo uniría entre sí de forma natural a los ciudadanos y se desconocerían las disensiones. Pero nunca ha existido y nunca existirá una ciudad así. Por esta razón Avempace propone a quien quiera entregar su vida a una causa perfecta que se convierta en un mutawahhid, un solitario, y busque una perfección ideal y autista.

Su recomendación sirvió de argumento al almeriense Ibn Tufayl para escribir El filósofo autodidacta, que, a su vez, ayudó a Daniel Defoe a imaginar su Robinson Crusoe.

Caverna

Todos creemos saber de qué va el mito platónico de la caverna, pero no acabamos de exprimirle todo su significado.

Lo que nos cuenta Sócrates es que hay unos seres humanos viviendo entre sombras en el interior de una caverna que «son como nosotros». Por lo tanto en este mito se está tratando de nuestra condición humana, no de una situación transitoria. Nuestra caverna no tiene salida, porque es nuestra humanidad.

Caza

Para Platón, la caza es la imagen más fiel de la filosofía. Toda su obra está plagada de referencias venatorias. El filósofo, nos insiste, va a la caza del conocimiento y para ello debe ser capaz de seguir huellas, buscar, rastrear y avanzar sin espantar la presa; rodearla y aprisionarla en una red, sin permitir que se escape. Ha de poseer un buen dominio de sí para persistir en el esfuerzo sin aflojar, resistiendo la fatiga y la tentación de divagar.

El diálogo filosófico tiene para Platón mucho de trance cinegético. No es extraño que entremos en él como en una cacería y que cuando somos refutados nos revolvamos como fieras heridas. El buen dialéctico es como un perro rastreador. Sabe evitar las trampas que le tiende el contrario y resistir la frustración y cuando tiene éxito se muestra tan satisfecho como un cazador.

Y Eros, que es quien nos mueve, es «un cazador terrible»

El platónico Nicolás de Cusa, padre de la filosofía alemana y teórico de la «docta ignorantia», habla de venatio sapientiae.

El cazador

Francisco de Cossío, Confesiones: «En una ocasión tenían que ajusticiar a un pastor que había cometido un crimen horroroso […]. Era un muchacho rubio, fuerte, muy joven, y tenía un rostro ingenuo y franco, casi de niño […]. Estaba en capilla muy pensativo y no haciendo sino contestar con monosílabos a los que le preguntaban. En esto, a uno de los hermanos de la Paz y la Caridad se le ocurrió preguntarle: «¿Y tú, eres aficionada a la caza?» El semblante del muchacho se iluminó y sus labios sonrieron. «¿Le gusta a usted la caza? -dijo- Yo he sido un gran cazador. Podría contarle episodios de caza para llenar un libro. Le contaré uno. Los lobos venían comiéndose, sin que pudiese evitarlo, ovejas de las que yo cuidaba. Y una noche que había luna llena concentré el rebaño en un llano de aquella braña, y yo me oculté entre un seto de espinos y zarzamora. Pero al anochecer empezó a llenarse el cielo de nubarrones, y cuando vino la noche se hizo una oscuridad completa. El trance se ponía difícil. Por la inquietud del rebaño, al que no veía, comprendí que los lobos se acercaban. Y, en efecto, a eso de las diez, me sentí rodeado de lobos, sin que yo pudiera tirar sobre ellos, por la oscuridad. Comprendí que me hallaba cercado. ¡Una grande emoción! Me apoyé en un roble para que no me pudieran atacar por la espalda y…» En ese momento tuvo que interrumpir el relato. Entraba el capellán de la cárcel en la capilla con un telegrama, y gritando albricias, porque era el indulto. El reo apartó al capellán con la mano y , sin inmutarse, continuó: «Pues como le iba a usted diciendo, vi que una sombra se iba a abalanzar sobre mí…»

César

Carl Schmitt, Glossarium: «Los griegos mataron conforme a derecho a Sócrates, los judíos a Jesucristo. Los romanos, el pueblo del derecho, no mataron conforme a derecho al más grande de sus hombres, Julio César».

Chesterton

Llega Chesterton a España. Le invito a una excursión a Toledo. En el camino diviso un grupo de labriegos que están comiendo. Paro el coche e invito a Chesterton a verlos comer y que no hablemos. Algunos de los campesinos y, con frase señera, me dicen: «Don Fernando y la 'compaña', ¿quieren compartir nuestra merienda?» Nos sentamos. Chesterton advierte enseguida la maravilla de las maneras, de los gestos, de la pulcritud con que aquellos labriegos comían. Aquel pedazo de queso y de tocino, con un trozo de pan y un tomate, eran comidos con señorío, con distinción, con elegancia; con tal pulcritud, que cuando terminó la merienda y nos fuimos, Chesterton rompió el silencio para decirme: «¡Qué cultos son estos analfabetos!»

Fernando de los Ríos, Sentido y significación de España.

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