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23 de abril de 2024

Javier Garisoain en Efecto Avestruz

Javier Garisoain en Efecto AvestruzJosé Mª Visiers / ACdP

Javier Garisoain: «Hay librerías que son ‘libródromos’, ¡eso es anticultural!»

El librero navarro impulsa desde hace año y medio el proyecto Urroz-Villa del Libro, un oasis literario en una aldea navarra de menos de 400 habitantes

En noviembre de 2021 echaba a andar un proyecto con mucho de quijotesco: Urroz-Villa, una pequeña aldea navarra de menos de 400 habitantes, anunciaba su intención de convertirse en Villa del Libro. Hoy son tres las librerías que tienen sus puertas abiertas: Libros con Historia, Amoxtli y Ojos de Búho.
Javier Garisoain, impulsor de Urroz-Villa del Libro, lo describe como un proyecto «a la navarra, de abajo hacia arriba». Atiende a El Efecto Avestruz, la serie de entrevistas de la ACdP, para hablar sobre la génesis del proyecto, la filosofía que hay detrás de él y la relación entre literatura, fe y vida.
–Urroz-Villa del Libro va ya camino de los dos años. ¿Cómo decidió dar el paso de librero a un proyecto mayor?
–Yo soy librero desde hace casi 25 años, y en el entorno donde vivo y con el que estoy comprometido, Urroz-Villa, se reunían varias circunstancias que permitían lanzar el proyecto de una villa del libro: mi trayectoria, el apoyo de mi familia, la cercanía con Pamplona, la ayuda de Yoania [la impulsora de la segunda librería del pueblo, Amoxtli]. Hoy en día cualquiera con acceso a Internet y un trastero puede montar una librería, pero lo que pretende el proyecto Urroz-Villa del Libro es una defensa de la realidad.
–¿En qué sentido?
–En este momento, creo que tenemos que abrazarnos a la «hermana realidad», como yo la llamo. Creo que es muy importante que seamos auténticos en lo que hacemos y vivimos. Y en lo que trabajamos. La invasión de lo virtual –que tiene luces y sombras– está matando gran parte de la realidad, y nos estamos perdiendo cosas como los libros físicos, las bibliotecas o los encuentros que generan, cara a cara. Lo estamos matando con demasiadas pantallas.

Lo que pretende el proyecto Urroz-Villa del Libro es una defensa de la realidad

–Habla de encontrarse. La lectura, que suele verse como una ocupación solitaria, ¿también puede generar comunidad?
–Es verdad que el mundo del libro se asocia al intelectual solitario, pero en el principio no fue así. De hecho, la lectura en silencio es un invento relativamente moderno: antes la cultura, la transmisión del saber, se hacía de forma comunitaria. Los cuentos se recitaban alrededor del fuego, para que fueran vividos en público. Cuando abrimos una librería, también surge eso, de forma natural: clubs de lectura, presentaciones… que a veces digo, medio en broma, que son más importantes que los libros en sí, porque ponen un tema sobre la mesa y hay un intercambio entre el autor y los lectores.
–En su librería se venden libros de segunda mano. En este contexto de defensa de la realidad, ¿es también una declaración de intenciones?
–Yo soy librero de viejo, ¡y a mucha honra! Es una palabra que no tiene buena prensa, pero nos enlaza con una idea que suelo repetir: los libros duran más que la gente. Los libros nos enlazan con una tradición, con personas que ya no están pero nos siguen diciendo cosas. Leer libros antiguos es hablar con los muertos. Y sí, hay un valor importantísimo en la tradición y las generaciones pasadas. Cuando veo esas librerías que no son librerías, sino una especie de libródromos, donde los libros van cayendo uno tras otro y se olvidan… ¡Qué horror! Eso es anti-cultural, no deja poso ni te permite crecer.

Los libros duran más que la gente. Los libros nos enlazan con una tradición, con personas que ya no están pero nos siguen diciendo cosas

–También llama la atención la tercera librería de Urroz-Villa del Libro, Ojos de Búho, porque no tiene dependiente. ¿Necesidad económica o confianza en el vecino?
–Aquí entra en juego otro tema, que es el de la descomplicación. Nuestro mundo tiende a complicarse con la burocracia y la hiper legislación, así que tener una librería donde tú entras, coges un libro y dejas el dinero en un buzón –o mandas un Bizum, como concesión a las tecnologías–, pienso que es una forma de demostrar confianza. Nuestra experiencia en Urroz es muy positiva en este sentido. Y por supuesto, ¡también es una manera de poder abrir más horas al día y con menos esfuerzo!
–Ud. tiene muchos sombreros: además de librero, es padre de familia, presidente de la Comunión Tradicionalista Carlista (CTC), escritor y católico convencido. ¿Cómo integra todos estos ámbitos?
–Ya decía Chesterton aquello del sombrero dejado en la puerta de la Iglesia, ¿no? Yo creo que si uno es cristiano tiene que serlo en todos los aspectos de su vida, y que los principios en los que uno cree no pueden separarse de lo político, lo laboral o lo social. Somos lo que somos, y pienso que no es bueno hacer compartimentos estancos en la vida. Al revés, hay que integrarlo de tal manera que vivir con coherencia sea también una manera de hacer política. Vivir defendiendo la realidad, pegado al terreno, abriéndote a una comunidad… Eso también es una forma incluso de resistir al sistema y hacer frente a un mundo que nos quiere todos aborregados y pasados por la cuadrícula. Y se da una paradoja.
–Hoy se oye hablar mucho de desafección política.
–Sí, pero es que el hombre es un ser político, y la política bien llevada es una forma de caridad. Pretender vivir en una burbuja, como si no existiera, creo que es una opción muy equivocada, y que lleva a que los más listos o poderosos se hagan con el control. Hay que participar, pero el debate está en el cómo. Creo que necesitamos explorar otras formas de participación en política que no sean una gran campaña electoral, formas que empiecen por abajo y permitan construir, resistir.

El acto de escribir hace que te leas a ti mismo y progreses en tu pensamiento y forma de expresarte

–Ha publicado libros como Babelicismos, ¿cómo se relaciona la actividad de librero con la creación literaria?
–Lectura y escritura están muy relacionadas. Gregorio Luri hablaba el otro día de cómo el acto de escribir hace que te leas a ti mismo y progreses en tu pensamiento y forma de expresarte. Es como hablar y escuchar, son inseparables, y no entiendo muy bien cómo es posible vivir leyendo y que luego no te salga de alguna manera.
–Viendo sus respuestas, habrá quién le tilde de idealista. ¿Se considera como tal?
–Soy consciente de que puede haber personas que digan que soy un soñador o un Quijote, pero niego la mayor. Tengo 53 años, una librería, una familia, cinco hijos, mi actividad social y política… No soy un Gramsci escribiendo desde la cárcel; él sí era un soñador. Es verdad -cito de nuevo a Chesterton- que no hay nada más práctico que una buena teoría, pero yo no soy un idealista, sino un realista. Volviendo al principio, creo que debemos abrazarnos a la hermana realidad y construir un mundo en el que seamos auténticos y coherentes, porque como dice el famoso adagio «si no vives como piensas, acabarás pensando como vives».
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