
Cubierta de 'Cuentos de detectives victorianos'
Lecciones victorianas de inteligencia y elegancia
Un viaje guiado por los detectives más sagaces a través de la vida y moral del Reino Unido del siglo XIX
Súbase a esta calesa; uno de esos carruajes tirados por caballos. Acomódese en la parte trasera y déjese llevar. Usted se encuentra dentro del Reino Unido del XIX en esta excelente selección reunida por Ana Useros.

Traducción de Catalina Martínez Muñoz
Alba Minus clásicos (2024). 747 Páginas
Cuentos de detectives victorianos
Junto a usted se sienta su acompañante en la calesa. Se trata de una mente privilegiada camino de resolver un endiablado caso en un mundo que no conoce ni las huellas digitales, ni alguna otra herramienta del procedimiento de investigación policial actual.
Bájese de la calesa y acompañe al detective a una taberna, beba brandy con agua y escuche las conversaciones. Comprenderá todo gracias a la excelente traducción de Catalina Martínez Muñoz.
Usted buscará al sospechoso criminal, y lo más posible es que recuerde la sentencia de Séneca: «cui prodest scelus, is fecit»; aquél a quien aprovecha el crimen es quien lo ha cometido… Pero solo encontrará a inocentes a quienes les espera el cadalso en el peor de los casos, si no dejamos al sabueso inglés trabajar.
Estas mentes privilegiadas encuentran al culpable por un guante, por un mensaje cifrado que logran desencriptar, por una trampa que tienden al malvado… En definitiva, por una inteligencia superior.
Veintiséis detectives en otros tantos cuentos nos traen a héroes y villanos universales en la lucha eterna y actual entre el Bien y el Mal. Pero también nos presenta a unos inocentes que encuentran una recompensa final por sufrir la injusticia.
Usted, descubrirá con agrado que la moral de entonces es la misma que aprendimos de nuestros padres, y sin lugar a dudas, nada tiene que ver con el relativismo que hoy en día nos tratan de imponer.
Aléjense de esta joya delicada los amantes del noir escandinavo porque pincharán un hueso. Aquí, en todas las piezas, ningún criminal actúa por haber sufrido un trauma en la infancia, faltarle la patita a algún cromosoma, ni ser víctima de nada. Lo hacen por codicia y poca vergüenza en la mayoría de las piezas. Y aunque el final sea el cadalso, asumen su destino. Entrañable. Poco que ver con la tendencia actual de la elusión de la responsabilidad individual.
Al salir de la taberna, monte a caballo y cabalgue atravesando la campiña inglesa, descubra entre la espesa niebla las ruinas de una abadía que oculta una cámara secreta en la que mantienen raptada a una joven dama…
Bájese del caballo, y siga al detective al subir a un vapor o entrar en una estación de ferrocarril. El tren del delito sale a su hora, y usted comprobará que no solo hay asesinatos –limpios en comparación con la novela noir contemporánea–: también se disfruta la lectura con la variedad de crímenes; desde robos de joyas, falsificación de moneda, el fantasma que mora en una mansión e incordia a las visitas, y hasta un tren –que, no por arte de magia– desaparece en marcha de la vía férrea.
Siga a pie junto al sabueso detective. Sus presas son los villanos; algún agente secreto al servicio de potencias extranjeras, una esposa acostumbrada a vivir por encima de sus posibilidades o aquella sobrina o sobrino emponzoñado de envidia o codicia… Todos ellos fracasarán.
Al enfrentarse a esta variedad exquisita de detectives –que abarca al sacerdote, al explorador, a la actriz– sorprenden las mujeres detectives que ya en el XIX se abrieron un camino y la admiración de los lectores por la meritocracia de una inteligencia prodigiosa unida a la audacia y a la valentía.
Sobre los autores, en mi humilde criterio encuentro tres pesos pesados. El primero de todos, Wilkie Collins con un relato que merece ser aplaudirlo de pie, parar la lectura para cocinar un roast beef con pudding de Yorkshire casero, y no continuar con las narraciones hasta releerlo. Charles Dickens y Arthur Conan Doyle completan la terna.
En peso medio, M. P. Shiell con su sofisticado en extremo inteligente príncipe Zaleski, a la manera de los decadente de Karl-Joris Huysmans. Le seguiría por gusto personal a Robert Barr y William Burton.
En tiempos de cuotas, incompetencia y «qué hay de lo mío», sorprenden escritoras que destacan por su maestría en el género policiaco; Ellen Wood, maestra de la trama y precursora del delito cometido en un tren donde todos los pasajeros son sospechosos.
Pero lo mejor, frente a la imposibilidad de citar a los veintiséis autores: esta antología nos descubre una serie de maestros del género policiaco cuyo trabajo merece ser explorado más a fondo.
El libro es recomendable para la lectura veraniega al aire libre; levantando la vista al paisaje tras finalizar un cuento, o en el hogar, arropado por la música de Edward Elgar.
No olvide que cultivar la inteligencia, la sensibilidad y el buen gusto nos invita a desarrollar otro tipo de actividades y, desde luego, a mejorar la educación con el prójimo. Si la suma de la inteligencia y la elegancia se fundiera en «intelegancia», esta antología sería su compendio inglés.
En definitiva, esta es una antología que invita a la lectura pausada de cada cuento, con intermedios entre uno y el siguiente para reflexionar con una copa de porto, algo de chocolate con menta o un cigarrillo inglés.
Para los profanos, una puerta para adentrarse en los orígenes del género; para los ya seguidores, una referencia indispensable para profundizar en la obra de excelentes narradores.
Y para quienes se cuenten entre los que deciden escribir su primera novela negra, de misterio o policiaca, una clase magistral de estructura narrativa con veintiséis excelentes ejemplos de creación de personajes y planteamiento de información en tres actos, tal y como ya nos mostrara Aristóteles en su Poética.
El cui prodest o «a quién beneficia» la lectura de esta antología tiene una respuesta incontestable: a usted, por ejemplo. Disfrútela.