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28 de abril de 2024

Prisioneros de guerra españoles en manos estadounidenses en Manila tras la capitulación de la capital filipina

Prisioneros de guerra españoles en manos estadounidenses en Manila tras la capitulación de la capital filipinaWikimedia Commons

Picotazos de historia

Los auténticos «últimos de Filipinas»

En marzo de 1899, ante el abandono de la administración local, los oficiales tomaron la determinación de organizar una fuga para dar a conocer a las autoridades españolas de la situación de los presos de Tayabas y otros lugares, abandonados a su suerte

El 15 de agosto de 1898 se rendía la plaza de Tayabas. El jefe de la plaza, comandante Pacheco, había llevado a cabo una defensa efectiva y heroica contra un enemigo muy superior, infligiéndole pesadas perdidas y obligándoles a gastar una ingente cantidad de munición, muy necesitada por los ejércitos insurgentes.
El comandante de las fuerzas enemigas, general Miguel Malvar, concedió honores militares a sus famélicos enemigos –los muertos por hambre durante el sitio fueron once– que habían agotado munición y provisiones. La capitulación se llevó a cabo dos días después de la finalización oficial de la guerra y de la capitulación de Manila, la capital de la isla de Luzón y de las Filipinas. A partir de aquí se inicia una historia muy diferente.
Los prisioneros de Tayabas, enfermos y desnutridos como estaban, fueron privados de cuanto tenían, incluso de sus roídas ropas. Oficiales y soldados fueron separados y, abandonados de toda administración, tuvieron que trabajar de lo que les permitían para poder sobrevivir. El gobierno de España desconocía la situación y paradero de estos españoles.
En marzo de 1899, ante el abandono de la administración local, los oficiales tomaron la determinación de organizar una fuga para dar a conocer a las autoridades españolas de la situación de los presos de Tayabas y otros lugares, abandonados a su suerte. Se seleccionó al comandante Pacheco para la fuga, quien la llevó a cabo con éxito gracias a la ayuda del resto de los oficiales quienes, durante días, consiguieron ocultar el hecho.
Pacheco atravesó una zona de guerra –EEUU estaba en medio de una crudelísima guerra contra los filipinos– y consiguió llegar a Manila y se presentó ante las autoridades españolas. Estas se sorprendieron mucho por la aparición de ese resucitado pero estaban muy ocupadas liquidando los restos de su gobierno en Filipinas y no tenían tiempo para un puñado de vencidos, perdidos en el interior de –sabe Dios!– qué selva.
Supervivientes del asedio de Tayabas

Supervivientes del asedio de TayabasFundación Museo Naval

Mientras la situación de los presos había empeorado al conocerse la fuga del comandante Pacheco. Los oficiales trataron de organizar una nueva fuga en mayo, que fracasó. Este fallido intento debió llamar la atención de alguien ya que los españoles fueron trasladados a la población de Rosario.
El 3 de junio se daba por concluida la repatriación oficial de los prisioneros españoles, poco después capituló Baler cuyos integrantes de la guarnición fueron inmediatamente repatriados. Pero en el interior de las junglas y malezas de las islas quedaban unos cinco mil españoles completamente olvidados por su gobierno y la administración.

En el interior de las junglas y malezas de las islas quedaban unos cinco mil españoles completamente olvidados por su gobierno y la administración

En el año 1900 las tropas norteamericanas ocuparon la población de Lipa. Varios españoles, liberados por los americanos, suplicaron a su comandante que atacara la población de Rosario por estar allí un campamento de prisioneros españoles. Al final lo consiguieron ya que el coronel Anderson envió a su caballería para tomar la ciudad. Habían pasado diecisiete meses desde que se rindió la guarnición de Tayabas. De aquellos orgullosos y famélicos héroes apenas quedaban cinco oficiales y 55 soldados, todos los demás habían muerto por hambre, fiebres, malos tratos, etc, pero especialmente por la desidia de su propia patria.
Los supervivientes de este triste grupo embarcaron en el vapor isla de Panay con rumbo a la península. Estos fueron los verdaderos «últimos de Filipinas», estos y otros cientos que aparecieron durante los siguientes años. No fueron celebrados ni aplaudidos, no se formaron bandas de música para interpretar himnos en su honor, ninguna película se rodó relatando sus hazañas ni sufrimientos, no hay calles con sus nombres ni placas que los recuerde. España los olvidó y tuvo mucha prisa en hacerlo.
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