
Del sabatismo al frankismo
Picotazos de historia
Cuando el sabatismo se negó a desaparecer y se transformó en el frankismo
El movimiento frankista, también llamado frankismo, fue objeto de odio y difamación por parte de los grupos más ortodoxos
En artículos anteriores les expliqué a ustedes la génesis y desarrollo del movimiento sabateo así como la historia de su líder: Sabatai Zevi. El Sabatismo continuaría durante un par de siglos más, especialmente en la zona de Centroeuropa y Europa del este pero de forma oculta, de «criptosabataismo».
Jacob Joseph Lejbowicz (1726 – 1791) fue un judío polaco, hijo de un mercader que ejercía de rabino a ratos. Siguió los pasos del padre y mientras mercadeaba por los Balcanes entró en contacto con los criptosabatistas, siendo aleccionado y aceptado entre ellos. Jacob sufrió una transformación (o una revelación, vaya usted a saber): primero se declaró profeta del sabataismo y, poco después, se declaró mesías al afirmar que estaba en posesión del alma del propio Sabatai, quien se había reencarnado en él.
Decidió volver a Polonia para predicar la buena nueva y, por mejorar la imagen, se presentó con una nueva identidad: Jacob Frank, un judío sefardí (el apellido Frank es común entre los sefardíes de Centroeuropa). Inició una campaña de proselitismo que tuvo bastante éxito como para preocupar a los consejos rabínicos. El movimiento frankista, también llamado frankismo, fue objeto de odio y difamación por parte de los grupos más ortodoxos.
En 1756 el tribunal rabínico de la ciudad de Brody ( hoy en Ucrania) excomulgó a Jacob Frank, que no le quedó más remedio que huir a territorio controlado por los turcos para salvar la vida. Una vez a salvo no tuvo reparo alguno en convertirse al Islam para aprovecharse de las ventajas que ello le otorgaba. Mientras, en la zona polaca, los consejos rabínicos se volvieron hacía las autoridades católicas solicitando ayuda para erradicar el frankismo, al que consideraban una aberración.En la zona polaca, los consejos rabínicos se volvieron hacía las autoridades católicas solicitando ayuda para erradicar el frankismo, al que consideraban una aberración
Viéndose atacados, los frankistas solicitaron el amparo de la iglesia polaca declarando que ellos eran seguidores de la Torá ( el Pentateuco del Antiguo Testamento) y que no reconocían el Talmud, que había sido condenado por la Iglesia en la Disputa de París de 1240. Los obispos, encantados con el lío que se había formado entre los judíos, organizaron un debate público entre ellos, con asistencia obligatoria de los rabinos. La disputa estaría presidida por el obispo Dembowski y tendría lugar en la ciudad de Kamieniec entre junio y agosto del año 1757.
Tras escuchar los argumentos de ambas partes el obispo dio como ganadores a los frankistas y ordenó que se reunieran todos los ejemplares del Talmud de la zona para ser públicamente quemados. Apenas se había iniciado el gran espectáculo de la quema de libros cuando al obispo Dembowski le dió un jamacuco y murió, espectacularmente, delante de todo el mundo. Los rabinos vieron en ello la aprobación de Yahvé a su causa y redoblaron los ataques.
Para entonces Jacob Frank, que había vuelto a Polonia y mostraba serios síntomas de enfermedad mental que le asemejaban con Sabatai Zeví, quien aseguraba que moraba en el interior de su espíritu, públicamente se convirtió al catolicismo y aconsejó a toda su grey que hiciera lo mismo. Ayudó a las autoridades polacas a investigar los llamados «Libelos de sangre» (acusaciones de crímenes sangrientos, normalmente asociados a niños como victimas, con fines difamatorios contra los judíos y sin base real. Aquí tuvimos el caso del Santo Niño de la Guardia). Además reunió a doce «hermanas» que ejercían de prostitutas y practicó todo tipo de monstruosidades y escándalos que, las autoridades polacas, y a pesar de la protección de la Iglesia, no tuvieron mas remedio que meterle entre rejas.
Condenado por herejía fue enviado a la ciudad morava de Brno donde permaneció hasta el año 1786. Pasó sus últimos años en Offenbach (Hesse, Alemania) viviendo en el castillo que había alquilado al señor del lugar, junto a un grupo de ochenta servidores. La pequeña corte se alimentaba gracias a las donaciones y apoyos de los 26.000 frankistas que se calculaba que había en Polonia y a la constante corriente de peregrinos. Estos, al contrario que su líder, eran personas que no daban ningún problema y pagan religiosamente sus deudas.
Jacob falleció el 10 de diciembre de 1791, siendo enterrado en el cementerio local como si fuera un gran noble. De hecho, al final de su vida, se hacía llamar barón Jacob von Frank–Dobrucki (esta palabra en polaco significa «el bueno»).