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29 de marzo de 2024

Ruslan Jasbulatov

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Ruslán Jasbulátov (1942-2023)

El primer derrocado de la era poscomunista

Fue el principal aliado de Yeltsin hasta que se convirtió en su primer rival: el presidente de Rusia acabó con su carrera por medio de los tanques que envió al Soviet Supremo

Ruslan Jasbulatov icono
Nació en Grozni (Rusia) el 22 de noviembre de 1942 y falleció en Mozhaisk (Rusia) el 3 de enero de 2023

Ruslán Imranovich Jasbulátov

Checheno deportado a Kazajstán durante su infancia –como muchos miembros de su etnia–, estudió Economía en Moscú, antes de convertirse en docente de esa materia. Su ascenso en política comenzó en los años 80, de la mano de Boris Yeltsin. Presidente del Soviet Supremo de Rusia entre 1991 y 1993, fue destituido y encarceladlo tras el asalto militar a la sede parlamentaria. Su liberación se produjo a raíz de una amnistía en febrero de 1994.

La tensión era máxima en Rusia a principios de octubre de 1993: por una parte, un presidente, Boris Yeltsin, elegido por sufragio universal directo y deseoso de acelerar el ritmo de sus reformas; por otra, el Soviet Supremo de la Federación Rusa, también legitimado por la vía democrática, de corte más conservador y empeñado en un escrupuloso de los procedimientos. Estaba encarnado por su presidente, el checheno Ruslan Jasbulatov.
El enconamiento de ambas partes, por no hablar de los disturbios que estaba generando en Moscú y otras zonas de Rusia, obligaron a la cúpula militar a tomar partido. Lo hizo por Yeltsin, que se envalentonó y ordenó el día 4 el asalto de la sede parlamentaria, sin escatimar en medios: bombardeo del edificio y uso de blindados y piezas de artillería. Jasbulátov fue destituido y encarcelado, quedando, en principio, a los ojos del mundo como víctima de una brutal represión por su empeño en defender la legalidad democrática.
La realidad es algo más compleja. De entrada, el allanamiento perpetrado por Yeltsin contaba con el pleno apoyo de la Administración Clinton: la Rusia de entonces era una fiel aliada de Occidente y la deriva del régimen de su presidente aún no era perceptible. Asimismo, la vigencia de un texto constitucional aprobado en plena era soviética así como la ausencia de una cultura genuinamente democrática degeneraron en una situación de legitimidades institucionales confusas.
Tampoco se pueden obviar zonas grises en la trayectoria de Jasbulátov: fiel aliado de Yeltsin durante la intentona de golpe de Estado de agosto de 1991 –fue él quien redactó el manifiesto A todos los ciudadanos de Rusia–, meses más tarde jugó, en su condición de presidente del Soviet Supremo, un papel ambiguo e indeciso durante el proceso de disolución de la Unión Soviética. En un primer momento abogó para que el Soviet Supremo de Rusia ratificase el Tratado de Belaveza, por el que se creó la efímera Comunidad de Estados Independientes. Obtuvo satisfacción.
Pero varios legisladores objetaron que el Soviet Supremo no era el órgano competente para otorgar validez a un tratado que, en su opinión, cuestionaba la integridad territorial de Rusia. Pensaban que el trámite incumbía al Congreso de los Diputados del Pueblo de la República. Apelaron. Jasbulátov mantuvo una actitud pasiva, plasmada por un inoportuno viaje a Corea del Sur en plena crisis. Ahí se sitúa el origen principal –existen otras causas de menor importancia– del deterioro de sus relaciones con Yeltsin, culminado en los trágicos acontecimientos del 4 de octubre de 1993.
Precisamente, una de las pocas veces que Jasbulatov habló en público después de su retirada forzosa de la política fue en 2008 con motivo del decimoquinto aniversario del asalto: dijo entonces que precipitó el fin de la democracia en Rusia.
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