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TribunaFederico Romero

Medio siglo. De la ilusión a la inquietud

Cualquier «concordia», o «consenso», requiere efectuar una serie de «cesiones» o «renuncias». Cualquier proceso sinalagmático supone un do ut des en el que se cede en algo a cambio de que la otra parte ceda en algo. Es decir, que no tanto exige generosidad, sino pragmatismo o realismo. Y yo diría que también algo de humildad

"Abre tu mano, para que tu puño no sea la maceta carcelaria de una rosa.

Baja tu puño, para que no sea martillo que golpea, ni herramienta que hiere.

Baja tu brazo, para que tus dedos no formen valla,

ni muro que separa, de la poesía que promete;

Nademos juntos por un mar, sereno y sin fronteras,

Hacia un faro de luz que alumbra y nunca muere."

Hace cincuenta años que escribí, no sé si ingenuamente, estas modestas palabras de esperanza, que ahora parecen frustradas por la ambición de poder, la corrupción y la mentira. En mi vida ha habido dos grandes etapas. Nací en plena Guerra Civil española y mi primera fase de ascenso progresivo hacia la libertad y de paulatino olvido del odio entre hermanos, continuó hasta la llamada Transición que, sin ser considerada completamente suficiente por unos y disparatada por otros, obtuvo una cuota de satisfacción aceptable como para restañar heridas que parecían definitivas. Se ha dicho en estos días que en ella «se priorizó la paz sobre la justicia», expresadas desde fuera de España, con asombro y con honradez. Muchas miradas desde el exterior llegaron, quizás excesivamente, a calificarla de admirable, pero, para quien esto escribe, con que se haya hecho posible, considero que, al menos, amerita su estimación como cercana a lo milagroso. En cuanto a decir que se priorizó la paz sobre la justicia, y dado que –como decía Ortega– «todo valor posee un rango y se presenta en una perspectiva de dignidades, en una jerarquía», resulta difícil establecer una estimativa entre esos dos valores morales, pero lo que sí parece es que son definitorias entre otras, del hecho histórico que comentamos.

Lo que es difícilmente discutible, es que la continuación de la paz fue un logro evidente y necesario, en evitación de la apertura de un nuevo periodo de incertidumbre que pudo desembocar en la reproducción de un terrible conflicto que España no se podía permitir. Las críticas de todo signo hacia la bondad, imperfecta, sí, pero realista, por ser la única posible, de la llamada Transición, o son utópicas o, lo que es peor, interesadas o malévolas. En los días que escribo esto, se celebra un congreso que analiza dicha 'Concordia' y la valora desde una perspectiva democrática. Resulta significativo que los intervinientes proceden de sectores plurales, aunque, desde luego, no gubernamentales. Y con protagonistas de ese acontecimiento histórico y bajo el lema «la concordia fue posible». Respeto que fue una muestra de la «artesanía de lo posible» –prefiero llamarla así– con que se suele calificar la función política, ya hemos hablado lo suficiente. Solo aclarar que, al llamarla artesanía, me permito la licencia de la cantidad de estrecha-manos que fueron utilizados al más puro estilo tradicional. Pero lo que sí quiero detenerme es en la utilización frecuente de las palabras «concordia», «cesiones», «renuncias», «realismo» y hasta «generosidad», que se suelen emplear al describir sus características. Cualquier «concordia», o «consenso», requiere efectuar una serie de «cesiones» o «renuncias». Cualquier proceso sinalagmático supone un do ut des en el que se cede en algo a cambio de que la otra parte ceda en algo. Es decir, que no tanto exige generosidad, sino pragmatismo o realismo. Y yo diría que también algo de humildad.

Para enjuiciar la actitud de los que ahora no valoran suficientemente los beneficios históricos de la Transición, debe tenerse en cuenta que la actual izquierda en el poder, no es la misma que la que participó en ella. El distanciamiento entre los protagonistas de entonces y los que ahora están dirigiéndola es evidente. En primer lugar, no es lo mismo luchar en la clandestinidad, que disfrutar de un estatuto privilegiado que los convierte en los genuinos actores de lo que ellos llaman progreso y que se permiten llamar fachas a quienes fueron actores de la derecha que hicieron posible la concordia hacia la democracia. Pero es que, además, su conocimiento del marxismo no solo es anticuado sino instalado en una rancia utopía que viaja en la máquina de vapor –que Marx consideró instrumento básico de la sociedad capitalista– y lee a Maquiavelo haciendo las convenientes adaptaciones. No es la socialdemocracia que advino a España y propició el consenso. Ni tampoco lo es el comunismo de entonces. Hoy no se habla ya de 'neomarxismo', sino de marxismos en plural, caracterizado muchos de ellos por un dogmatismo radical y excluyente que impide cualquier clase de diálogo y, por consiguiente, de cesiones y renuncias entre las partes que dialogan. Y lo curioso es que, a medida que mengua la clase media, que aportó a España estabilidad, como reconoció el propio Franco, el capitalismo más salvaje, incluyendo el «de Estado», distancia a la clase trabajadora de una élite del capital, engrosado por una élite gubernamental, que, sin ser 'nomenclatura', funciona como una nueva dictadura.

Empecé con unos humildes versos que parecían una petición y acabo con otros, que no lo son, pero que son una constatación. Que le vamos a hacer. Me han salido así.

  • Federico Romero Hernández es jurista
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