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Andrés Amorós
Lecciones de poesíaAndrés Amorós

José María Pemán (1898-1981) pide una buena muerte al único que puede dársela

En las celebraciones populares de la Semana Santa, en muchas ciudades españolas, es frecuente rezar al Cristo de la Buena Muerte

Actualizada 12:19

Miembros de la Legión portan el Cristo de la Buena Muerte, de la Cofradía de Mena, por las calles de Málaga

Miembros de la Legión portan el Cristo de la Buena Muerte, de la Cofradía de Mena, por las calles de MálagaEFE

A partir del Siglo de Oro, la poesía española –resume José María Pemán– está «transida totalmente de sentido religioso». No es de extrañar: al margen de las creencias de cada individuo, el catolicismo es una de las raíces indiscutibles de nuestra cultura, junto a la herencia grecolatina. Por eso abunda tanto el tema religioso en nuestra poesía, igual que en nuestra pintura, nuestra escultura, nuestra música…

Dentro de eso, es lógico que haya impresionado de modo especial a los poetas españoles el misterio de la Pasión, muerte y resurrección de Jesús, tanto en su sentido teológico como en las variadas formas con que se celebra en las regiones españolas la Semana Santa.

Veamos unos pocos ejemplos, en nuestra poesía. La visión de Cristo en la Cruz conmueve hondamente a Lope de Vega:

  • «¿Quién es aquel caballero,
    herido por tantas partes,
    qué está de expirar tan cerca
    y no le socorre nadie?»
    Quevedo advierte barrocos contrastes y paradojas:
    «Dice que tiene sed siendo bebida,
    a voz de amor y de misterios llena,
    ayer bebida se ofreció en la cena,
    hoy tiene sed de muerte quien es vida».

En coplas de apariencia popular, señala fray Ambrosio de Montesinos que la Cruz de Cristo equivale a la cama de cualquier moribundo:

  • «El rey de la gloria
    ya se muere y llama,
    en la Cruz por cama».

Con solemne retórica, impreca a la tierra y a todos los seres humanos el prerromántico Alberto Lista:

  • «Rasga tu seno, ¡oh tierra!;
    rompe, ¡oh templo!, tu velo. Moribundo
    yace el Criador; mas la maldad aterra
    y un grito de furor lanza el profundo.
    Muere… gemid, humanos:
    todos en él pusisteis vuestras manos».

Contemplando El Cristo de Velázquez, medita Unamuno sobre el sentimiento trágico de la vida y se debate, como suele hacer, en sus contradicciones:

  • «Que eres, Cristo, el único
    Hombre que sucumbió de pleno grado,
    triunfador de la muerte, que a la vida
    por Ti quedó encumbrada. Desde entonces,
    por Ti nos vivifica esa tu muerte,
    por Ti la muerte se ha hecho nuestra madre,
    por Ti la muerte es el amparo dulce
    que azucara amargores de la vida;
    por Ti, el Hombre muerto que no muere,
    blanco cual luna de la noche. Es sueño,
    Cristo, la vida, y es la muerte, vela».

En las celebraciones populares de la Semana Santa, en muchas ciudades españolas, es frecuente rezar al Cristo de la Buena Muerte. Su fundamento teológico está muy claro: la muerte de Jesús en la Cruz es el mayor acto de amor, supone nuestra redención. A la vez, los creyentes rezamos para que Jesús nos dé el regalo de una muerte en paz y gracia de Dios.

Parece ser que esta devoción al Cristo de la Buena Muerte nació en Venecia, hacia 1600, y pronto se extendió por Europa. En muchas regiones españolas, alcanzó en seguida un gran arraigo.

Quizá el mayor ejemplo de fervor popular es el de la cofradía malagueña: la preciosa talla de Cristo en la Cruz de Pedro de Mena fue destruida en 1931. En ella se inspira la actual, de Palma Burgos, que desfila por las calles de Málaga el Jueves Santo, portada por los legionarios.

Muy hermosa es también la imagen del Crucificado de la cofradía gaditana. Se encargó en 1648, a la vez que los jesuitas iniciaban esta devoción en la iglesia del Gesú, de Roma. La talla de la Hermandad de Cádiz se ha atribuido a Martínez Montañés, a Alonso Cano e incluso a Bernini. En ella se inspiró, probablemente, para el poema que hoy leemos el gaditano José María Pemán.

En la posguerra, Pemán fue un escritor muy popular. Sólo el sectarismo político explica los recientes ataques que ha sufrido su memoria, en su ciudad natal: era patriota español, católico, monárquico y conservador. Nada de eso respetan algunos, en la disparatada España actual.

Antes de la guerra, su drama poético El divino impaciente (1933), sobre San Francisco Javier, se opuso simbólicamente a A.M.D.G., el panfleto antijesuítico de Ramón Pérez de Ayala. Una línea semejante siguieron sus obras históricas Cuando las Cortes de Cádiz y Cisneros. También estrenó con éxito, en la posguerra, farsas de humor popular, desenfadado, como Los tres etcéteras de don Simón y La viudita naviera.

Pemán fue un gran articulista: culto, inteligente, tolerante, irónico. Creó el personaje «el Séneca», un símbolo de la sabiduría popular andaluza. Su serie televisiva, protagonizada por Antonio Martelo, alcanzó un gran éxito.

La raíz de toda la creación literaria de Pemán es la poesía, con una gracia andaluza que une lo popular con lo culto. Un ejemplo excelente es su poema Ante el Cristo de la Buena Muerte, escrito todo él en quintillas (cinco versos octosílabos que riman en consonante).

Copio aquí solamente las tres últimas estrofas, separadas de las anteriores, que poseen una clara independencia. Dirigiéndose directamente a Jesús, en la primera de esas tres estrofas anuncia: «escucha lo que te ofrezco / y escucha lo que te pido». En la segunda, enumera lo que le ofrece: «Mi ser, mi vida, mi amor, / mi alegría y mi dolor». Pero resulta que todo eso lo posee el poeta porque se lo ha dado Dios… En la última estrofa, a cambio, viene la petición, que se remata con el tema central del poema, repetido. ¿Qué es más lógico pedir al Cristo de la Buena Muerte que «una muerte santa y buena»?

En estas últimas estrofas, el tono es de absoluta sencillez: en las rimas, se aprovecha la facilidad de los participios en -ido. No emplea el poeta palabras cultas, todas las podría entender un niño. Tampoco hay aquí metáforas ni figuras retóricas, salvo la lógica enumeración.

La sencillez de estilo no es algo natural ni fácil, todos tendemos a la amplificación y la divagación. Pemán dice aquí exactamente lo que quiere decir y lo dice con las palabras justas. Por eso, todos lo entienden y estos versos quedan grabados en la memoria de muchos lectores. Ése es uno de los privilegios de la auténtica poesía.

Ante el Cristo de la Buena Muerte

Señor, aunque no merezco

por la muerte que has sufrido,

escucha lo que te ofrezco

y escucha lo que te pido.


A ofrecerte, Señor, vengo

mi ser, mi vida, mi amor,

mi alegría, mi dolor;

cuanto puedo y cuanto tengo;

cuanto me has dado, Señor.


Y a cambio de esta alma llena

de amor que vengo a ofrecerte,

dame una vida serena

y una muerte santa y buena…

¡Cristo de la Buena Muerte!

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