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24 de abril de 2024

El doctor Edward Jenner (1749-1823) efectuando la primera vacuna contra la viruela en 1796 (1879), óleo sobre lienzo de Gaston Mélingue (1839-1914), Collection Bibliothèque de l’Académie nationale de médecine, París

España, un modelo en el campo de la vacunación desde el siglo XIX

La expedición partió el 30 de noviembre de 1803 para vacunar contra la viruela, con éxito, a todas las colonias españolas de ultramar

Cuando nos azota una nueva variante del coronavirus, la ómicron, y debatimos sobre la obligatoriedad del «pasaporte covid», debemos volver la vista atrás y recordar el momento en el que nuestro país marcó un hito en la historia de la Medicina: la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna o Expedición Balmis.
Nos resultará familiar este nombre, ya que es el que utilizó el Ministerio de Defensa para denominar, en marzo de 2020, una operación militar destinada a la desinfección de zonas como centros sanitarios y residencias y a la instalación de hospitales de campaña. El nombre se debe al apellido del director de la primera campaña de vacunación internacional, gratuita y masiva en la historia de la Salud Pública, el alicantino Francisco Xavier Balmis y Berenguer, precursor de la planificación sanitaria al institucionalizar la vacunación y crear las primeras Juntas de Vacunación.
Siempre han existido las epidemias, entre ellas, las de viruela. Esta es una enfermedad que causó la muerte de cientos de millones de personas en el mundo, con una mortalidad del 30 %. Como la Covid-19, se transmite por contacto directo y prolongado, a través de las gotas generadas en las mucosas orales y nasales de los infectados. Sus síntomas comienzan a la semana, con fiebre alta, cefalea y vómitos. A los dos o tres días del inicio de los síntomas, aparecen erupciones y protuberancias planas y rojas que se convierten en pústulas que se volverán costras y se caerán, dejando cicatrices. Es la primera enfermedad contagiosa erradicada, desde 1979, conservándose muestras criogenizadas en el ruso Instituto Vector de Novosibirsk y en el estadounidense Centro de Control de Enfermedades de Atlanta.
El descubridor de la vacuna fue el inglés Edward Jenner, en 1796, al observar cómo las lecheras inglesas, tras padecer la viruela de las vacas a las que ordeñaban (un virus más moderado que el humano), desarrollaban defensas contra la enfermedad.
Tal como sucede en la actualidad, la vacunación tuvo sus detractores, produciéndose debates en la prensa española. Su aceptación fue oficial al firmar Carlos IV una Real Orden en 1798, disponiendo que «en todos los hospitales, casas de expósitos, misericordia, y todas las que dependen de la Real munificencia, se ponga en práctica el método de inoculación de viruelas». El problema surgirá en cómo llevar la vacuna hasta las colonias de Ultramar, siendo los intentos anteriores un fracaso. El proyecto de Balmis para poder transportar la vacuna consistía en llevar el virus vivo, pero ¿cómo?
Balmis pudo poner en práctica su método gracias a la petición del Consejo Municipal de Lima en 1802 solicitando ayuda ante un brote. El rey Carlos IV, tras publicar una Real Cédula, aprobó la expedición a cargo de Balmis para extender la vacuna por los virreinatos de América, a las islas Filipinas, y a los puertos portugueses de Macao y Cantón y, de vuelta, a la isla inglesa de Santa Elena.
Ilustración con las distintas fases de las pústulas que producía la vacuna

Ilustración con las distintas fases de las pústulas que producía la vacuna

La expedición partió el 30 de noviembre de 1803 desde La Coruña. Marchaban Francisco Xavier Balmis, Josep Salvany y Lleopart (subdirector), dos ayudantes, dos practicantes, tres enfermeros, 22 niños de entre dos y nueve años e Isabel Zendal como su cuidadora. A ella debemos el nombre del hospital abierto en 2020 en Madrid ante la urgencia de la pandemia. Isabel Zendal es considerada por la OMS la primera enfermera de la historia en misión internacional.
Los llamados «niños vacuníferos» procederán de la Casa de Expósitos de La Coruña, del hospicio del Hospital de los Reyes Católicos de Santiago y de la Casa de Desamparados de Madrid. Entre ellos se encontraría Benito, el hijo de Isabel.
Para mantener el virus vivo desde España, se inocularía el virus vacuno a una pareja de niños, que se mantendrían separados de los demás. Transcurridos entre 8 y 10 días de la aparición de las pústulas, se extraería la aguadilla para poder infectar a otros dos niños, y así sucesivamente, estableciéndose una cadena de inoculaciones sucesivas de «brazo a brazo». La expedición arribó primero a Santa Cruz de Tenerife, donde realizó vacunaciones públicas, instruyó a facultativos en la técnica y sentó las bases para la formación de la primera Junta de Vacunación.
A Puerto Rico llegaría solo con 21 niños, ya que uno murió en la travesía. Allí Balmis descubrió que la vacuna se había introducido previamente desde la isla de Saint Thomas. Molesto, se marchó sin haber creado una Junta de Vacunación. En Venezuela instruirá a los facultativos locales en la administración y conservación de la vacuna, y se autorizó la formación de la Junta Central de la Vacuna. La expedición se dividió entonces en dos: Balmis se dirigió a Cuba, Guatemala, Nicaragua, Costa Rica, Filipinas y China, y Salvany a América del Sur.
El navío María Pita zarpa de La Coruña en 1803. Grabado de Francisco Pérez

El navío María Pita zarpa de La Coruña en 1803. Grabado de Francisco Pérez

En Cuba descubrirá que también había sido introducida la vacuna. Tras asegurarse de que se formaría una Junta de Vacunación, marchó a México, donde ocurrió lo mismo. Fundó juntas de vacunación en las ciudades más importantes y seleccionó niños para ir a Filipinas.
En 1805 embarcó rumbo a Filipinas desde Acapulco. Llegó a Manila, comenzando la vacunación, pero contrajo disentería, por lo que dejó instrucciones a su ayudante Antonio Gutiérrez Robredo y, tras recuperarse, marchó a Macao. En septiembre desembarcó en Macao, con tres niños filipinos. Tampoco fue el primero en introducir la vacuna, sino Pedro Huet, aunque esta se había perdido. Creó una Junta de Vacunación y marchó a Cantón, donde encontró gran reticencia de los locales a vacunarse.
Su última parada fue en la isla de Santa Elena, donde vacunó a algunas familias. Regresó a Madrid y fue recibido el 7 de septiembre de 1806 por Carlos IV y homenajeado por sus éxitos.
La expedición vacunó a más de medio millón de personas, creó Juntas de Vacunación (una red de control epidemiológico) y fue pionera en promover que los gobiernos sean quienes adopten medidas para proteger a sus ciudadanos, en la educación sanitaria mediante la entrega de manuales formativos y en establecer un modelo de cooperación sanitaria internacional donde la transferencia del conocimiento y la tecnología sea ágil y sin reservas.
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