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27 de abril de 2024

Aire libreIgnacio Sánchez Cámara

Goyesca

Quienes gobiernan, hay que repetirlo quizá, en coalición con comunistas bolivarianos, con el apoyo de separatistas, golpistas y etarras, pretenden que Vox es el demonio con el que no se puede no ya gobernar sino ni siquiera convivir

Actualizada 04:42

Es la crisis interna más grave de la historia del Partido Popular. Pero, lo que es mucho peor, se trata de una gravísima crisis política de España. Quiere esto decir que no es solo un problema del PP, sino que pone a España en una situación de extrema gravedad.
Una democracia no es posible sin la existencia de una alternativa al Gobierno, no solo de una oposición. Y estamos, al menos durante algún tiempo, ante una falta de alternativa real y casi sin verdadera oposición. Y esto en momentos de una delicadísima situación política.
El Gobierno es una coalición entre socialistas y comunistas populistas, que nada tienen que ver con el eurocomunismo de la Transición que tanto contribuyó a su éxito, con el apoyo de etarras, golpistas y separatistas. En esta situación de riesgo para la unidad de España, la Constitución, el espíritu de concordia y la libertad, el principal partido de la oposición intenta suicidarse y puede que lo consiga. Un Gobierno apoyado por los enemigos de España que aspiran a destruirla se encuentra de repente sin alternativa. Quizá no quepa una más grave patología política. El PP, dominado por Tánatos, necesita un experto en psicopatología que trate sus tendencias autodestructivas, sus pulsiones de muerte.
Pero nadie debería alegrarse por este harakiri popular, ni el Gobierno ni el PSOE ni Vox (Podemos da un poco igual que se alegre o no, y etarras y separatistas va de suyo) porque se trata de una tragedia para España (con ribetes de tragicomedia), no solo para el centro derecha. De los votantes del PP y, sobre todo, de sus militantes, cabría decir aquello del máximo poema épico castellano: «¡Dios, qué buen vasallo si hubiese buen señor!».
A este episodio autodestructivo hay que añadir otro inmenso error político que parece imponerse en el marasmo de Génova: el rechazo a gobernar con Vox. Al margen del juicio que merezca esta fuerza política o algunas de sus propuestas en los votantes de la derecha moderada, es inaceptable que los dirigentes del PP asuman las consignas de la izquierda en cuanto a la estigmatización de Vox. Quienes gobiernan, hay que repetirlo quizá, en coalición con comunistas bolivarianos, con el apoyo de separatistas, golpistas y etarras, pretenden que Vox es el demonio con el que no se puede no ya gobernar sino ni siquiera convivir. Este partido, con todos sus defectos, es constitucional y leal a España, cosa que no puede decirse de las fuerzas políticas radicales de izquierda, incluido quizá el Gobierno.
Queda acaso una inquietante conjetura que constituiría una alta traición a los votantes de centroderecha. Podría ser, no lo creo, que los dirigentes del PP aspiraran a vivir cómodamente en la confortable oposición, a la espera de que una hecatombe socialista les entregara el Gobierno. Sería algo así como «llegar al poder sin esfuerzo». Pero tal vez en esa improbable hora quedara ya muy poco de España, de libertad y de concordia.
En las paredes del Museo del Prado, que proclama por sí solo la grandeza de la España que los necios desprecian, cuelga un estremecedor óleo de Goya, gran español de la España que los resentidos desprecian, titulado Lucha a garrotazos. En eso estamos. Gresca general. El Gobierno y la oposición (esto, si se atiene a los límites de la concordia básica y del decoro, no está mal, pero entonces no es propiamente gresca sino oposición), el PP consigo mismo y el PP con Vox. Y habría garrotazos entre el PSOE y sus aliados si no fuera porque el poder es una argamasa que funde hasta el hierro con el agua. Una España negra, de la discordia, que solo complace a sus enemigos. Pero hay otra.
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