Políticos gramófono en la era del streaming
Es descorazonador lo poco que se ocupan nuestros partidos y sus líderes de los frentes que dirimen el tiempo presente y el futuro inmediato
En la campaña de las elecciones extremeñas, en las que Vox obtuvo un notable éxito, su perenne líder Abascal subió a sus redes sociales unos vistosos vídeos y fotos, donde aparecía ataviado con poncho y visera de ganadero elegante y galopando por las dehesas de Cornalvo. «Pastoreando rebaños de merina negra en la dehesa extremeña», escribió el político en el pie de foto. Especialistas en el mundo ganadero se aprestaron a señalar que por allí jamás se pastorea a caballo. Pero me parece que la imprecisión de Abascal es venial y disculpable, pues lo que él pretendía con su posado de porte heroico y ánimo propagandístico era defender el valor y la importancia del campo, una de las divisas de su partido.
Durante la pasada campaña electoral, todos los partidos asociaron Extremadura al campo, vendiéndolo como la columna vertebral de la región. ¿Es así? En efecto, el sector agrario representa un 7,7 % del PIB extremeño, frente a solo un 2,7 % de la media española. Pero a pesar de ese dato, afirmar que Extremadura vive del campo ya no se ajusta hoy a la verdad.
La minería supone un 11,4 % de su PIB. Los servicios ligados a la industria, un 19,8 %. La producción fabril, un 7,1 %. Y los servicios públicos, los dependientes del dinero de las administraciones, son –por desgracia– la primera empresa regional, con un 25 % de su PIB. ¿Le va bien a Extremadura con este modelo económico? Sí y no. Sí, porque han ido mejorando en los últimos lustros. Pero no, porque el ingreso per cápita continúa siendo el segundo más bajo de España, un 23,8 % inferior a la media.
El campo encarna el corazón sentimental de la nación, sus tradiciones y, por supuesto, resulta muy importante. Pero la España del futuro jamás va a vivir de él, pues en realidad es un sector de escaso peso económico, por muy entrañable que nos resulte (2,5 % del PIB nacional, con 680.000 empleos). En España, la industria fabril supone el 12,4 % y la construcción, un 6,5 %. Pero el bocado del león son los servicios (hostelería, finanzas, sanidad, educación, tecnologías de la información…), con el 68 % del PIB. El maná del turismo aporta por sí solo el 13 % –cinco veces más que el campo– y sostiene tres millones de empleos (quizá por eso la izquierda, siempre tan inteligente, anima ahora campañas de turismofobia por todo el país).
Lo digital es la punta de lanza del tiempo presente. La conquista del futuro y de la prosperidad no se van a disputar en la leche, el vino y los tomates, aunque son necesarios. Estados Unidos, con todos sus problemas, continúa siendo la primera potencia mundial porque de las 20 mayores compañías del planeta, 17 son estadounidenses. Entre las diez primeras, siete son gigantes de servicios tecnológicos de Estados Unidos. La primera es Nvidia, el coloso de los microchips, y la siguen en lo alto Microsoft, Apple, Alphabet, Amazon y Meta. Por desgracia, entre las 20 mayores compañías del planeta ya no aparece ni una europea. ¿Por qué? Pues porque nos hemos descolgado en la carrera de la ciencia y la informática puntera. Solo hay dos firmas europeas que destacan en serio en la nueva economía de vanguardia, que son la sueca Spotify y la danesa Novo Nordisk, la de la revolución del Ozempic.
Europa lideró las grandes innovaciones de finales del XIX y comienzos del XX, desde la penicilina a la aviación, pasando por el origen del cine y la radio. Hoy, Estados Unidos y China gozan prácticamente del monopolio de la inventiva. Alemania, tan creativa a comienzos del siglo XX, acabó apostando por el exitoso filón de sus exportaciones fabriles de alta calidad, pero haciendo siempre lo mismo y olvidándose del frente digital, y se ha quedado obsoleta. Aquí, en España, resulta paradigmático lo ocurrido con Telefónica. La firma privada que debería haber sido nuestro rompehielos en el frente digital ha acabado nacionalizada por el presidente del Gobierno para plegarla a sus intereses partidistas en plan régimen bananero.
Uno de los datos en los que se fijan China y Estados Unidos para ver quién está más fuerte es el número de ingenieros que forman cada año. En España se gradúan 12.000, insuficientes para cubrir la demanda, frente a más de 20.000 licenciados en Derecho. Los físicos, cuyas ideas cambian el mundo, se quedan solo en un millar.
Pero estas cuestiones, que decidirán el futuro de España, no figuran en el discurso de nuestros políticos. Son analógicos en un universo digital. Son como gramófonos en la era del streaming. No cuentan al público la verdad del mundo en que vivimos, que es enormemente competitivo, peligroso y está pegando un vuelco inédito con la revolución de la IA, de la que tampoco hablan. Están ocupados con el pastoreo a caballo de la merina negra, o ideando leyes de ingeniería social tocanarices, o limitándose a decir que Sánchez es muy malo, algo que ya sabemos, pero sin proponer idea alguna que ayude a construir una España más puntera y competitiva (lo cual es imposible sin una educación de máxima calidad y exigencia).
España no gana un Nobel de ciencias desde 1959, con Severo Ochoa (que además lo obtuvo viviendo e investigando en Estados Unidos). Una vergüenza. Pero nos da absolutamente igual, que inventen y fabriquen los chinos, nosotros a cerrar las oficinas el viernes a la una y media e irnos de cañas.