Venezuela camina hacia su libertad y España, ¿de qué lado está?
Resulta inexplicable que una democracia consolidada como España haya servido como plataforma diplomática y legitimadora de una dictadura, sin esconder intereses espurios y económicos en esta defensa
La libertad de los pueblos no se decreta, se defiende. Venezuela está a las puertas de una transición histórica. Tras dos décadas de dictadura socialista, de devastación institucional, económica y humana, el país vislumbra por fin un horizonte de reconstrucción democrática.
El reconocimiento internacional a líderes como María Corina Machado –Premio Nobel de la Paz 2025– confirma que la voz de la resistencia venezolana ha sido escuchada en el mundo libre. Ella misma recuerda que la libertad no consiste en un simple relevo de poder, sino en la restauración íntegra del Estado de derecho y en el compromiso moral de una ciudadanía que se sabe soberana.
Sin embargo, mientras el mundo reconoce a quienes se jugaron la vida por la democracia venezolana, España –concretamente el Gobierno de Sánchez, sus socios y el siniestro expresidente Zapatero– ha mantenido una relación de defensa con la dictadura chavista-madurista. Resulta inexplicable que una democracia consolidada como España haya servido como plataforma diplomática y legitimadora de una dictadura, sin esconder intereses espurios y económicos en esta defensa.
Esa convicción es la misma que enhebra las páginas de mi libro El grito de los libres, un tratado que denuncia cómo la libertad está siendo erosionada por ideologías radicales de izquierda, por burocracias de lobbies y por silencios cómplices, y esto se está llevando a cabo también por la renuncia, desde hace años, de buena parte de la derecha política a defender esta bandera. En su introducción se afirma que callar ante las farsas legislativas o el miedo a ser acusado de políticamente incorrecto es permitir que el silencio se convierta en esclavitud y la censura, envuelta en el disfraz del progresismo, en normalidad. Estos ejes se ajustan perfectamente a lo experimentado en Venezuela: un país al que se le negó la palabra, la crítica, la verdad y el voto real. Mi libro, que será presentado esta primavera, analiza la libertad en todas sus dimensiones —política, jurídica, digital, monetaria, moral y humana— y sostiene un mensaje inequívoco: la libertad se ejerce, se defiende y se construye cada día.
Venezuela es una dictadura de izquierda con rasgos totalitarios, pero también un pueblo que resistió sin armas; unos líderes que no huyeron, sino que lucharon desde dentro y desde la clandestinidad por reconducir el país que aman. Los demócratas deseamos que Venezuela pronto sea un país libre.
El Nobel concedido a Machado no es un acto simbólico personal, es un mensaje social. La libertad no admite neutralidad, o se está del lado de las víctimas o se está del lado de los verdugos. España y cualquier país occidental deberían estar en esa defensa. Porque si naciones democráticas colaboran con dictaduras, la libertad deja de ser un principio fundamental para convertirse en una máscara hipócrita, y entonces ningún Estado está a salvo de convertirse en Venezuela. Cuando se normaliza la corrupción institucional, se destruyen los contrapesos constitucionales, se glorifica el poder personal, se desprecia el Parlamento y el mandato ciudadano, la democracia entra en barrena. En España estamos acercándonos peligrosamente a esos límites de canibalización de las instituciones y de ruptura de la separación de poderes que sostienen a las naciones democráticas y libres.
Pero volvamos a Venezuela. No hablo desde la distancia ni desde la teoría. Soy hija de emigrantes gallegos, nací en La Candelaria, Caracas –una tierra que marcó para siempre mi sentido de justicia y mi amor por la libertad–. Quiero ver una Venezuela libre, no como una ensoñación, sino como un deber moral hacia el país que me vio nacer y que acogió a millones de españoles en los duros años de la emigración de nuestro país a Iberoamérica. Venezuela ahora nos necesita, y debemos responder.
La Venezuela que quiere ser libre goza de apoyo internacional –especialmente de Estados Unidos– y tiene, por primera vez en muchos años, una oportunidad de recuperar su destino y su libertad. España debe decidir si acompaña esa regeneración democrática o si prefiere seguir siendo refugio diplomático de un régimen totalitario al que el mundo está dejando atrás. Esto no es un asunto secundario, es una prueba de coherencia moral, jurídica y democrática.
Venezuela nos recuerda algo que Occidente quiere olvidar: la libertad es frágil, y la podemos perder si no la defendemos o dejamos que los radicales se apoderen de ella.
- Elena Ramallo Miñán es doctora en Derecho e investigadora en Inteligencia Artificial Aplicada a la Justicia