Sánchez agoniza
¿Qué más hay en el teléfono de Ábalos que tiene asustado al PSOE?
Hace unos años, cuando dirigía el diario de mi Alcalá de Henares, viví una escena curiosa. El teniente de alcalde me telefoneó a mi móvil y no pude cogérselo. Él me dejó el típico mensaje de que le devolviera la llamada cuando tuviera tiempo, pero no colgó y siguió la conversación con alguien de su equipo. Al escuchar el recado, se grabó también una frase nítida, referida al acalde de entonces, del PSOE, que gobernaba en coalición con él, de IU, en la que le tildaba literalmente de «tonto de los cojones».
Imaginen a Yolanda Díaz hablando así de Pedro Sánchez y que el director de El Debate tuviera la prueba incuestionable de esa tensión en el Gobierno entre dos socios aparentemente bien avenidos. Lógicamente lo publicaría, y eso hice yo: la ciudadanía tiene derecho a conocer unas circunstancias tan definitorias de la verdadera naturaleza de la relación entre quienes les gobiernan y toman decisiones que les afectan, y ninguna regulación legal puede estar por encima de esa certeza democrática.
Muchos de los que, con razón, defendieron la difusión de aquel «Luis, sé fuerte» dirigido por Rajoy a Bárcenas, entre los cuales me encuentro, critican ahora la publicación de los mensajes privados entre Pedro Sánchez y José Luis Ábalos, antes y después de que el segundo saliera del Ministerio de Transportes y de la poderosa secretaría de Organización del PSOE.
Son los mismos que, ante cada revelación periodística o judicial sobre las andanzas del entorno político y personal del presidente, se han lanzado a atacar al mensajero, suscribiendo la infame teoría sanchista de que todo lo que le perjudica es necesariamente un bulo o un caso de lawfare.
Y unos cuantos de ellos fueron aún más lejos y suscribieron un vergonzoso manifiesto contra el «golpismo mediático y judicial», instando a la ciudadanía a rebelarse contra esa conspiración, salida de la misma fábrica de fango que ha intentado explicar el apagón con un fantasioso «cibertataque» y el colapso sistémico del servicio ferroviario en un delirante «sabotaje».
De la Selección Nacional de Opinión Sincronizada poco puede esperarse que atienda a la coherencia, el sentido común y la decencia: están para lo que están, que no es otra cosa que dar cobertura a todos los abusos de Sánchez para que parezcan la imprescindible respuesta en defensa de la democracia, en realidad amenazada por un dirigente político sin precedentes que, en lugar de dar explicaciones y asumir responsabilidades, transforma sus problemas en una coartada para perseguir a los contrapesos de un Estado de derecho y regular a favor de su propia impunidad, como solo ocurre en regímenes de latitudes tropicales.
Pero más allá de esa hipocresía supina, queda una evidencia demoledora para el Régimen: Sánchez siguió hablando con Ábalos después de sustituirle sin explicaciones públicas, le renovó como diputado por Valencia e intentó ganarse con ello una tregua de silencio con la persona que más detalles tiene de su trayectoria política.
Quienes se entretienen en el debate ocioso de si esos mensajes deben ser o no de dominio público solo intentan, a la desesperada, que no se conozca nada más. Porque la pregunta no es cuánto odiaba Sánchez a sus barones blandengues. Y tampoco por qué mantuvo relaciones con Ábalos cuando las sospechas sobre su comportamiento eran ya estruendosas.
El quid es qué más sabe Ábalos, qué más aparece en ese teléfono y cuánto vamos a tardar en comprobar que el miedo de Sánchez se debe a que se le acaba la burda coartada de que él no sabía nada de nada mientras su querido José Luis aparecía en Barajas con Delcy, en Air Europa con Aldama y en todo el chapapote infame que asfixia al presidente por accidente.