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28 de marzo de 2024

todavía la vidaNieves B. Jiménez

Acoger el arrebato de la luz primaveral

Seamos conscientes de lo felices que somos cuando lo estamos siendo

Actualizada 12:41

Y qué le voy a hacer si nací en el Mediterráneo. Escribo junto al ventanal acristalado que mira a los naranjos y limoneros, que aportan vitalidad a mis días. Confieso que suelo llevar la hoja de un limonero en mi mano para sentir su aroma. Me da energía. La luz por esta esquina, al sur, es de una alegría tan salvífica como el agua que sacia al sediento o la de las nubes al agricultor. Me rodeo de luz y grandes ventanas abiertas, mientras leo a primera hora de la mañana. Cualquier cosa que me aporte algo: una frase de un libro que me haga pensar, un párrafo de un periódico... Parafraseando a Cervantes, «donde el afligido descanse. Para este objeto se plantan las alamedas, se buscan las fuentes, se allanan las cuestas y se cultivan con curiosidad la de los jardines». Al pasear bajo este sol de mayo siento que absorbo su vigorosa luz.
La luz de estos días me lleva a aquellos juegos en la playa, el primer enamoramiento, los helados a la salida del colegio. Tiene sus razones que la razón ignora, al aire cálido que aviva los sentidos y se aceleran los pulsos. Esa luminosidad que rompe en cada renovada primavera, cuando el alma y la naturaleza se fusionan y explican el paso de los días y las noches, el sol, la luna y las estrellas.
Lo describía Thomas Eliot, «atrapar la intersección de lo temporal con el tiempo, es ocupación propia del santo». En el jardín, mi hermana, ante el lienzo, comienza a mezclar los colores sintiendo los cambios en la luz y la dificultad que, al final, va en beneficio de la obra. Qué maravilla hacer imágenes con la realidad, la imaginación y los sueños. Alguna tarde paseo por la huerta intentando comprender el misterio de la luz, del color y las sombras de los árboles. Todo muy sorollesco, pero con más misterio y poesía.
Ya gusta preparar un aperitivo para comenzar a cocinar. Aceitunas, frutos secos y una copa de vino blanco. Vivir rodeada de frutas te da para zamparte unas naranjas que coges del árbol. Mientras ya llega el olor a ajos tiernos fritos con el ruido de una rasera golpeando una sartén de hierro, me viene a la cabeza esa frase de Cernuda, «un poco de luz puede consolarme de tantas cosas». Aunque comprendes que el tiempo impide el orden que te propones. Esta semana, mi amigo José, celebrando su cumpleaños, decía lo afortunado que se sentía rodeado de sus amigos y de su familia apuntando una frase que dejó escrita en su lecho de muerte un famoso autor teatral: «Dios, nunca te perdonaré no haberme hecho saber que era feliz cuando lo estaba siendo». Seamos conscientes de lo felices que somos cuando lo estamos siendo.
Este milagro floral que es caminar en primavera. En una ciudad tan barroca la murciana, lo barroco es angélico, cuentan, «porque los ángeles habitan la luz, la gracia, el movimiento». Al ángel de Salzillo escribiría Rainer Maria Rilke: «Fuerte, tranquila luminaria… brillo de fulgor cósmico, con la extraña belleza del astro, de la estrella…». Entonces compruebas que nuestros símbolos religiosos están vivos, como viva permanece nuestra fe. Celebrar un día más, «toda una afirmación vital». Leo a González Vidal recordándome a Nietzsche, «supongamos que decimos sí a un solo instante; con ello hemos dicho sí no sólo a nosotros mismos, sino a toda la existencia».
Y, en todas esas pequeñas cosas, diría Teresa de Jesús, anda el señor. Me acojo a este arrebato de luz, que bastantes nubes negras ya nos acechan siempre.
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