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Andrés Amorós
Lecciones de poesíaAndrés Amorós

El más bello canto español a los ojos de la mujer amada

Gutierre de Cetina (hacia 1517 – 1554) legó uno de los poemas más populares de nuestra literatura: 'Madrigal'

Actualizada 04:30

El poeta Gutierre de Cetina

El poeta Gutierre de CetinaWikipedia

Es éste, sin duda, uno de los poemas más populares de nuestra literatura. Para los estudiosos, supone, además, el perfecto ejemplo de españolización del madrigal italiano.

Tiene esto también su lado negativo: la fama de este poema ha dejado algo en sombra el resto de la obra de su autor. A eso contribuyó el que, durante mucho tiempo, sus poemas circularon sólo en manuscritos y tardaron en tener buenas ediciones. Además, su biografía plantea muchas dudas.

Sus fechas coinciden prácticamente con las del reinado de Carlos V: debió de nacer poco antes de que éste fuera coronado, en Aquisgrán, como rey de Alemania (1520). Cetina pertenece, así pues, a la primera generación petrarquista española, la de Garcilaso de la Vega. Por su temprana muerte, no llegó a vivir la Contrarreforma, representa plenamente el primer Renacimiento español.

Nació en Sevilla, quizá en una familia acomodada pero no noble. Recientemente, algunos estudiosos especulan sobre su posible origen converso, como ahora está de moda señalar, pero no veo huellas de eso en su obra. Debió de formarse en alguna de las academias humanistas de su ciudad natal.

Igual que Garcilaso de la Vega, Gutierre de Cetina fue soldado y poeta, de acuerdo con el ideal renacentista de la unión de las armas y las letras, que expone Don Quijote en su hermoso discurso (Parte Primera, capítulo XXXVIII). Como tantos escritores y artistas españoles de la época, estuvo en Italia, lo que debió de ser muy importante para su formación.

Pasó a las Indias, buscando mejor fortuna. En la ciudad mejicana de Puebla fue acuchillado y murió, en 1554. Cuenta la historia –o la leyenda– que sucedió esto debajo de la ventana de una dama; y, para hacerlo más novelesco, que se trató de un error, pues a quien querían atacar era a su acompañante. Escribió un contemporáneo: «¿Cómo podía morir, sino de amores?».

La poesía de Cetina supone el punto medio entre Garcilaso y Fernando de Herrera. Une la corriente popular española con la complejidad psicológica del petrarquismo: el tema de la amada lejana, desdeñosa. Utiliza tanto los versos italianos como los tradicionales.

En unos cuantos poemas, comenta los de Ausias March, el gran poeta valenciano al que, ya en su tiempo (primera mitad del siglo XV), se le llamaba «el Petrarca español». A Cetina se le suele considerar el introductor de la poesía italianista en Hispanomérica.

Según Lara Garrido, Cetina «culmina una lírica sosegada y cortesana». Una y otra vez, analiza en sus poemas el sentimiento amoroso. Dentro de eso, señala la crítica una peculiaridad de su poesía, su afición a cantar partes del cuerpo femenino; especialmente, por supuesto, los ojos.

Responde esto a una larguísima tradición neoplatónica, que llega a España a través de los poetas provenzales del «amor cortés» y del petrarquismo.

Ya el Arcipreste de Hita incluye en su Libro del Buen Amor el poema sobre ese tema: «Mis ojos no verán luz / pues perdido he a Cruz».

Los poetas de la generación del Veintisiete se hacen eco de un bellísimo ejemplo, en nuestra lírica tradicional:

  • «En Ávila, mis ojos,
    dentro, en Ávila.
    En Ávila del Río
    mataron a mi amigo,
    dentro, en Ávila».

En fechas cercanas a Cetina, el mayor poeta portugués, Luis de Camoens, escribe también algunos poemas en castellano. (En ese momento, eso no es raro: hace lo mismo Gil Vicente, un genio de las dos literaturas, la portuguesa y la española). Glosa Camoens un «mote» (estribillo) tradicional español. (Conservo el imperativo volvé, para mantener el ritmo):

  • «Ojos, herido me habéis:
    ¡acabad ya de matarme!
    Mas, muerto, volvé a mirarme,
    porque me resuciteis».

El tema de los ojos de la mujer amada aparece en las poesías de Bécquer:

  • «Porque son, niña, tus ojos,
    verdes como el mar, te quejas…»

Y, en otra popularísima Rima:

  • «Por una mirada, un mundo;
    por una sonrisa, un cielo…».

Antonio Machado le da a este tema un nuevo sentido, muy profundo y conmovedor, en su poema Los ojos, al lamentar la fugacidad de los recuerdos:

  • «Cuando murió su amada,
    pensó en hacerse viejo
    en la mansión dorada (…)
    Mas, pasado el primer aniversario,
    ¿cómo eran –preguntó– pardos o negros
    sus ojos? ¿Glaucos? ¿Grises?
    ¿Cómo eran, santo Dios, que no recuerdo?».

No puedo dejar de mencionar los preciosos versos de Rafael de León, que tantas veces hemos canturreado:

  • «Ojos verdes, verdes como la albahaca,
    verdes como el trigo verde
    y el verde, verde limón».

Para García Lorca, los ojos son un camino hacia ese misterio que a él tanto le obsesionaba:

  • «En los ojos se abren
    infinitos senderos…».

Volvamos a Gutierre de Cetina. Además del famoso Madrigal, trata también el tema de los ojos de la mujer amada en un conceptuoso poemita, escrito en versos octosílabos:

  • «Bien sé yo que sois graciosos
    mas, ojos, para entenderos,
    decidme, ¿cómo sois fieros?;
    si fieros, ¿cómo hermosos?».

La aportación principal de Cetina, por supuesto, es su castellanización del madrigal, un género poético de origen italiano. Suele tratar un tema amoroso; es breve (no más de 15 versos); posee el atractivo musical de combinar libremente versos de 11 y de 7 sílabas (una de las combinaciones que mejor funcionan, en nuestra lengua).

El poema que he seleccionado es, sin duda, el más famoso madrigal de toda la literatura española. Está dedicado a Laura Gonzaga (se supone: de esa ilustre familia renacentista italiana). Desde el comienzo, alcanzó gran popularidad: fue traducido, imitado y vuelto «a lo divino», como entonces era habitual. (Dámaso Alonso ha demostrado que la poesía «a lo divino» influye nada menos que en San Juan de la Cruz).

También ha pasado este poema a la música. Señalo sólo dos ejemplos. En el Renacimiento, lo musicaliza uno de nuestros más grandes compositores, Francisco Guerrero (1528-1599). En la música contemporánea, es uno de los elegidos por Cristóbal Halffter en su obra Tres poemas de la lírica española (1986), un encargo de la Orquesta Filarmónica de Berlín.

Conviene fijarse en que Cetina no describe o elogia los ojos de la mujer amada, sino que les habla a ellos, directamente, convertidos en símbolo de toda la persona, como si pudieran escucharle. Por eso, los increpa, en los tres primeros versos. Pasa, en el verso cuarto, a una sugerencia o súplica: «no me miréis con ira». Concluye resignándose, con un juego ingenioso: «ya que así me miráis, miradme, al menos».

El éxito del poema le impulsó a Cetina a escribir otro, algo así como su continuación o segunda parte, que también incluyo aquí. De nuevo, se dirige al mismo interlocutor: «Cubrid los bellos ojos…»

En este caso, introduce la metáfora de la deslumbrante luz del sol, con un nuevo juego de ingenio: esa luz es más hermosa precisamente cuando no nos está hiriendo de modo directo, sino que se intenta ocultarla («mientras se cela») pero sigue iluminándonos, dulcemente tamizada.

En cualquier obra literaria, sea larga o corta, Pero Grullo nos dice que es fundamental un comienzo atractivo y un final «redondo», que cierre la obra con lógica y con belleza. En el caso del famoso madrigal, creo que son decisivos los dos adjetivos que utiliza Cetina, en el primer verso, para escribir esos «ojos»: son «claros» y «serenos». (Eso es lo que muchísimos españoles se sabía antes de memoria).

Esa pareja de adjetivos nos sitúa plenamente en la estética del Renacimiento, tan atractiva: armonía y calma; todo encaja con naturalidad en un mundo de tranquila belleza. Es lo mismo que sentimos al contemplar un cuadro de Botticelli o de Leonardo, al escuchar una canción de aquella época, acompañada a la vihuela.

La belleza renacentista no pasa de moda; el Madrigal de Gutierre de Cetina parece escrito ayer mismo… Cabe aplicarle los versos de Octavio Paz: «Tus ojos son… silencio que habla».

Madrigal

I

Ojos claros, serenos,

si de un dulce mirar sois alabados,

¿por qué, si me miráis, miráis airados?

Si, cuanto más piadosos,

más bellos parecéis a aquél que os mira,

no me miréis con ira,

porque no parezcáis menos hermosos.

¡Ay, tormentos rabiosos!

Ojos claros, serenos,

ya que así me miráis, miradme al menos.


II

Cubrid los bellos ojos

con la mano que ya me tiene muerto,

cautela fue, por cierto,

que así doblar pensasteis mis enojos.

Pero de tal cautela,

harto mayor ha sido el bien que el daño,

que el resplandor extraño

del sol se puede ver mientras se cela.

Así que, aunque pensasteis

cubrir vuestra beldad única, inmensa,

yo os persono la ofensa,

pues, cubiertos, mejor verlos dejasteis.

Gutierre de Cetina

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