La más brillante y divertida denuncia del poder del dinero
Francisco de Quevedo (1580-1645) y su «Poderoso caballero…», el talento puesto al servicio de la sátira al avaro
'El recaudador de impuestos y su mujer', de Marinus van Reymerswale
Ya he elogiado aquí el extraordinario talento de Quevedo, en su doble faceta: tanto en la poesía que idealiza como en la que degrada; en la honda meditación, como en la grotesca sátira. Canta al Amor constante, más allá de la muerte, igual que A un hombre de gran nariz; a La brevedad de lo que se vive, y cuán nada parece lo que se vivió, lo mismo que a La voz del ojo, que llamamos pedo…
Muchos de sus poemas más populares pertenecen a la sátira política, literaria o de costumbres. No quiere eso decir que sean fáciles de entender, ni que tengan un estilo llano. Abundan también, en ellos, los juegos verbales, las metáforas, las antítesis, los dobles o triples sentidos…
Muchos de los lectores que, a lo largo de los siglos, han disfrutado con estos poemas, se han debido de regocijar con su mensaje burlesco básico, sin entrar a descifrar la complejidad de su retórica. En ella reside, sin embargo, muy buena parte de su mérito literario.
Un ejemplo claro de todo ello es la popularísima letrilla Poderoso caballero / es don Dinero (modernamente, la ha cantado Paco Ibáñez). En ese pareado se condensa un mensaje claro, que da lugar a un desarrollo literario muy complejo.
Se cree que es una obra juvenil, parece haberse difundido hacia 1603 (un par de años antes que la edición de la Primera Parte del Quijote). Pertenece, por supuesto, a la festiva sátira de costumbres. Opinan muchos que, en este poema, está glosando Quevedo un refrán o una frase hecha, muy popular.
Como he mostrado en mi libro Filosofía vulgar. (La verdad de los refranes), la denuncia del enorme poder que tiene el dinero es uno de los temas más frecuentes, en el refranero. Por ejemplo: El dinero hace, al malo, bueno. El dinero abre todas las puertas. El santo más milagrero es San Dinero. Dios es omnipotente y el dinero, su teniente…
En fórmula coloquial: Del que tiene dinero, suenan bien hasta los pedos. Dame pan y llámame tonto. Nadie escapa a su influencia: Por dinero, baila el perro. Dádivas quebrantan peñas. Nos da alegría o tristeza: Donde no hay harina, todo es mohína. Nos proporciona consuelo: Los duelos, con pan, son menos.
Menciona Sancho Panza un refrán implacable: «Tanto vales, cuanto tienes, decía una abuela mía». Curiosamente, invirtiendo el orden, llega eso hasta una canción reciente, popularizada por Lola Flores: Tanto tienes, tanto vales. Etcétera.
A partir de una creencia tan común, ¿qué es lo que hace Quevedo? Fijémonos en la estructura del poema. Comprende diez estrofas, que concluyen todas con la repetición del mismo estribillo: Poderoso caballero / es don Dinero.
Cada estrofa consta de seis versos octosílabos (la medida más habitual, en nuestra lengua), más el estribillo. El último verso (el octavo de la estrofa) es un pie quebrado de cuatro sílabas.
La rima es consonante: ababac… Este último verso, el sexto, con su palabra final terminada en -ero, sirve para que vuelva a nuestra memoria el estribillo. Es éste uno de los esquemas más antiguos de la poesía en castellano: lo usaba ya la poesía tradicional, cuando un cantor iba recitando estrofas y, al final de cada una, introducía la rima, en un verso de «vuelta», como señal consabida para que el coro popular repitiera el estribillo.
Si atendemos al contenido, cada una de las diez estrofas aporta un aspecto diferente de la idea básica: la omnipotencia del dinero.
Nos sorprende ya el primer verso. Un poema sobre ese tema, ¿por qué comienza con la invocación de una joven enamorada, dirigida a su madre? En realidad, está utilizando Quevedo un esquema tradicional. Ya en las «canciones de amigo», de origen gallego-portugués, la joven enamorada se quejaba a su madre (o a sus amigas, o a la naturaleza) de la lejanía de su amado o de su desamor.
Se hizo muy popular este comienzo: «Madre, la mi madre…» En el Siglo de Oro, muchos autores mencionan una «seguidilla vieja» (así la llama Gonzalo Correas, en su Arte de la lengua española castellana, 1626), que comienza así:
la mi dulce amiga…»
Con su sabia ironía desengañada, Cervantes adapta este comienzo a otro tema: es imposible guardar a una mujer si ella no quiere que la guarden. Lo hace en un poemita, incluido en El celoso extremeño y en la comedia La entretenida; le puso música el catalán Amadeo Vives, el autor de la zarzuela Doña Francisquita:
guardas me poneis;
que, si yo no me guardo,
no me guardareis».
En el poema de Quevedo, la joven le confiesa a su madre estar enamorada… de «don Dinero»: es decir, de una grotesca personificación.
En la primera estrofa, aparecen ya dos juegos con el doble sentido de las palabras: ese galán es «amarillo», por estar enamorado; también, por el color del oro. «Doblón» era el nombre de una moneda antigua española; se llamó así porque, inicialmente, duplicaba el valor de los «excelentes» de oro, la moneda introducida por los Reyes Católicos. Concluye la estrofa con la rotunda proclamación del mensaje básico: don Dinero «hace todo cuanto quiero».
Cuenta la segunda estrofa una triste realidad de la economía española de la época: el oro que venía de las Indias moría en España, porque no se utilizaba para empresas productivas, acababa en manos de los banqueros genoveses, que jugaron un papel clave en la financiación de nuestra monarquía. Ha señalado Américo Castro que el conflicto de las castas – cristianos, moros y judíos - es el origen de esta actitud anticapitalista.
El oro da belleza al que es «fiero» (‘feo’). En lo mismo insiste la estrofa tercera: «es galán», aunque tenga el color «quebrado» (‘enfermizo’). Es más fuerte que la ley (el «fuero») y que la virtud («el decoro»). Iguala incluso las castas que dividían a aquella sociedad: «tan cristiano como moro».
En la estrofa cuarta, el poder del dinero alcanza también a otorgar nobleza. Juega Quevedo con el doble sentido de la palabra «venas»: ‘vasos de sangre’ y ‘minas de oro’. Y el doble sentido de «reales»: ‘de familia real’ y las ‘monedas de plata’, que comenzaron a acuñarse en el siglo XIV.
Insiste el poeta en el tema de la nobleza en la estrofa siguiente, añadiendo una variante eclesiástica. El dinero puede hacer obispo a alguien humilde: «silla» alude a ‘sede episcopal’. También hace valiente al cobarde. Usa Quevedo otro juego de palabras: «Blanca de Castilla» es el nombre de una reina; «blanca», el de otra moneda española, de origen medieval (persiste hoy la expresión popular «estar sin blanca»).
En la estrofa sexta, aparece una de las metáforas más oscuras del poema: «Y pues a los mismos robles / da codicia su dinero». Puede aludir a que incluso los barcos que traen el oro de América codician las minas donde ese oro se encontró. Y recurre a otro juego de palabras; esta vez, triple: «escudos» alude a los que protegen a los guerreros, a las figuras heráldicas y a una moneda. Así de sutil es el conceptismo de Quevedo.
Continúa enumerando manifestaciones del poder del dinero: ablanda a los jueces y vence la honestidad femenina, los «recatos», en los «tratos» (‘acuerdos eróticos’). Y hace otro brillante juego de palabras: los viejos se protegen de los «gatos» (‘ladrones’) guardando sus monedas en «gatos» (‘bolsas hechas con piel de gato’).
Insiste luego en que el dinero da autoridad, iguala a nobles y plebeyos. «Cuartos» alude a una ‘cuarta parte’ y también a una moneda.
La rendición de las damas al dinero se ejemplifica con un juego de palabras de triple sentido: «caras» puede referirse al rostro femenino, a la parte anterior de una moneda y a algo que no es barato.
La repetida metáfora de los «escudos» aporta al poema la triste conclusión: el dinero es lo único que nos defiende de todos los males…
Disculpe el lector tanta pedantería. Por muy popular que sea el poema de Quevedo, resulta evidente que no es nada sencillo de entender: es algo así como una complicada y refinadísima maquinaria conceptista. Deseo no haber destruido el encanto poético con tantas explicaciones.
Quedan muy claras algunas cosas, me parece: Quevedo es un refinadísimo poeta conceptista, juega con el lenguaje con una habilidad extraordinaria. Todo ese brillante virtuosismo oculta una almendra muy amarga, una visión social enormemente pesimista: todo lo puede el dinero. ¿Nos atreveremos a decir que se equivocaba Quevedo?
Otra pregunta es inevitable: ¿sucedía eso solamente en aquella sociedad? Comprobamos, una vez más, que los clásicos lo son porque nunca pasan de moda: nos siguen hablando del ser humano, que, en lo esencial, no ha cambiado, por mucho que lo pretendan algunos ignorantes, en nombre de la tecnología.
El propio Quevedo nos da algo de luz, después de tanta negrura, cuando escribe al duque de Osuna:
confunde valor y precio».
Con una mínima variante, lo repite don Antonio Machado:
«Todo necio
confunde valor y precio».
Pregunta inevitable: hoy en día, ¿somos todos necios?
Poderoso caballero...
él es mi amante y mi amado,
pues, de puro enamorado,
de contino anda amarillo;
que, pues, doblón o sencillo,
hace todo cuanto quiero,
poderoso caballero
es don Dinero.
Nace en las Indias honrado,
donde el mundo le acompaña;
viene a morir en España
y es en Génova enterrado.
Y pues quien le trae al lado
es hermoso, aunque sea fiero,
poderoso caballero
es don Dinero.
Es galán y es como un oro,
tiene quebrado el color,
persona de gran valor,
tan cristiano como moro.
Pues que da y quita el decoro
y quebranta cualquier fuero,
poderoso caballero
es don Dinero.
Son sus padres principales
y es de nobles descendiente,
porque en las venas de Oriente
todas las sangres son reales.
Y, pues es quien hace iguales
al duque y al ganadero,
poderoso caballero es don Dinero.
Mas, ¿a quién no maravilla
ver en su gloria sin tasa
que es lo menos de su casa
doña Blanca de Castilla?
Pero, pues da al bajo silla
y al cobarde hace guerrero,
poderoso caballero
es don Dinero.
Sus escudos de armas nobles
son siempre tan principales
que, sin sus escudos reales,
no hay escudos de armas dobles.
Y, pues a los mismos robles
da codicia su minero,
poderoso caballero
es don Dinero.
Por importar en los tratos
y dar tan buenos consejos,
en las casas de los viejos,
gatos le guardan de gatos.
Y, pues él rompe recatos
y ablanda al juez más severo,
poderoso caballero
es don Dinero.
Y es tanta su majestad
(aunque son sus duelos hartos)
que, con haberle hecho cuartos,
no pierde su autoridad.
Pero, pues da calidad
al noble y al pordiosero,
poderoso caballero
es don Dinero.
Nunca vi damas ingratas
a su gusto y afición,
que, a las caras de un doblón,
hacen sus caras baratas.
Y, pues las hace bravatas
desde una bolsa de cuero,
poderoso caballero
es don Dinero.
Más valen en cualquier tierra
(¡mirad si es harto sagaz!)
sus escudos, en la paz,
que rodelas, en la guerra.
Y, pues al pobre le entierra
y hace propio al forastero,
poderoso caballero
es don Dinero.
Francisco de Quevedo.
Otras lecciones de poesía:
- Oliverio Girondo: Se miran.
- Anónimo: Romance del prisionero.
- Luis Cernuda: Si el hombre pudiera decir.
- Gutierre de Cetina: Madrigal.
- Andrés Fernández de Andrada: Epístola moral a Fabio.
- José María Pemán: Ante el Cristo de la Buena Muerte.
- Anónimo: A Cristo crucificado.
- José Zorrilla: Don Juan Tenorio.
- Fray Damián Cornejo: Soneto.
- Jorge Manrique: Coplas a la muerte de su padre.
- Bécquer: Rimas.
- Cervantes: Soneto al túmulo de Felipe II.
- Antonio Machado: Retrato.
- Manuel Machado: Adelfos.
- Anónimo: La Misa de Amor (Romance).
- Rosalía de Castro: Dicen que no hablan las plantas.
- Valle-Inclán: Testamento.
- Baltasar del Alcázar: Cena jocosa.
- Pedro Salinas: La voz a ti debida.
- Rubén Darío: Lo fatal.
- Francisco de Quevedo: A una nariz.
- San Juan de la Cruz: Noche oscura del alma.
- Esperando la Navidad: Magnificat / El canto de la Sibila.
- Lope de Vega: Soneto 126.
- Pedro Muñoz Seca: La venganza de don Mendo.
- Francisco de Quevedo: Soneto de amor.