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Perro come perroAntonio R. Naranjo

El Ventorro de Sánchez

A Mazón ya le conocemos, pero por la dignidad de las víctimas y la reparación de la zona no podemos obviar quienes fueron aún peores

El PSOE ha publicado un vídeo en el que pregunta a los españoles que a estas alturas se dejan preguntar por el PSOE, que son especie en peligro de extinción, que dónde estaban el 29 de octubre de hace un año, cuando la dana arrasó Valencia y dejó rastro macabro en Castilla-La Mancha y, en menor medida, en Andalucía y Cataluña.

Lo de menos son las respuestas, porque se trata solo de recordar que Carlos Mazón estaba en El Ventorro, para hacer recaer en él la responsabilidad única de la infame gestión de la tragedia y, de paso, extender la culpa a todo el PP, a ver si en ese viaje reprobatorio se consigue dañar un poco a Feijóo.

Al respecto de Mazón hay que decir lo que García Márquez sentenciaba en sus «Memorias de mis putas tristes»: somos lo que piensan de nosotros, con independencia de que sea más o menos justo, acertado o cierto. Y de Mazón se piensa que no estuvo a la altura y que no lo estuvo porque andaba de cachondeo en un paradero más o menos desconocido.

Seguramente ese brochazo es injusto, no refleja los hechos reales del todo y, en todo caso, no da para culparle personalmente por las muertes y los estragos materiales. Pero es lo que hay y un buen político debe tomar nota: quizá tampoco defina a Sánchez del todo el parque temático de saunas, lupanares, chorizos, cloaqueros, dinero negro, mordidas y socios etarras (aunque en este caso es casi imposible poner una pega a ese retrato); pero cuando tu pueblo piensa así de ti y además careces de apoyos parlamentarios hasta para cambiar un extintor del Congreso, lo procedente es marcharse en un último gesto (primero en el caso del zascandil de Moncloa) de dignidad.

Pero no nos vayamos por los cerros de Úbeda. La pregunta del PSOE es procedente, pero deba ampliarse. Porque en esta terrible historia todos tienen su Ventorro y sobre todos ellos pesa unas cuantas certezas ya irrebatibles: nadie hizo bien su trabajo, nadie estuvo del todo en su puesto, nadie debía haber muerto y nadie puede justificar la infame gestión preventiva y la deplorable respuesta reparadora. Punto.

Solo un sectario puede sostener a estas alturas que alguien, el suyo, se salva de la quema y que Sánchez es muy bueno y Mazón muy malo o a la inversa: todos fueron unos negligentes, unos incompetentes y unos irresponsables, y quien no preceda de esa conclusión todo razonamiento inculpatorio posterior, en las dosis oportunas para cada uno, dejará claro que solo le mueven intereses sectarios.

Pero todos sabemos más o menos lo de Mazón y, dado que el PSOE se atreve a hacer preguntas retóricas para adelantar su respuesta, conviene ampliar el cuestionario y lanzarle el mismo reto al resto de protagonistas de ese bochorno, sin que eso indulte al presidente valenciano, empadronado ya en el cadalso. ¿Dónde estaba Pedro Sánchez? ¿Y Teresa Ribera? ¿Y Pilar Bernabé? ¿Y Marlaska? ¿Y el presidente de la Confederación del Júcar?

¿Dónde estaban todos ellos cuando las alertas ya hubieran permitido tomar decisiones para que nadie muriera? ¿Y dónde andaban cuando, una vez producida la tragedia, se tardó en desplegar un dispositivo de atención a las víctimas que les permitiera al menos comer y dormir caliente?

Aunque no lo parezca, España es un Estado serio que, al menos sobre el papel, define perfectamente qué, quién y cómo debe actuar ante cualquier circunstancia y, también, cuál es la manera exacta en la que deben coordinarse y responder las distintas administraciones, antes, durante y después de unos hechos luctuosos que, en lo que nos ocupa hoy, pertenecen al terreno de las «emergencias climáticas» definidas por Sánchez como prioridad de su personalísima competencia. Y no solo como pretexto para viajar por el mundo como embajador plenipotenciario contra el cambio climático ni para justificar, en nombre de esa causa, un sistema fiscal ya confiscatorio.

Sánchez, para que no parezca que guardamos la respuesta, estaba aquel día en la India, de cena con su esposa tras una jornada de actividad institucional. Y estuvo desaparecido a efectos de activar, a distancia, un decreto presidencial para ordenar la respuesta al drama, tal y como él mismo había definido en su Estrategia de Seguridad Nacional y ensayado, en 2019, con un simulacro de inundaciones masivas en los Pirineos: no tuvo tiempo para cumplir con sus obligaciones, pero sí para ordenar el asalto a RTVE en esa misma fecha, con un decreto que cambió las mayorías de su Consejo de Administración y permitió que, en adelante, todo se llenara de programas pasa salvarle a él y acabar con sus rivales.

De ahí para abajo, Ribera andaba por Bruselas, Puente en las redes sociales, Bernabé en la inopia y todos ellos en alguna «war room» virtual maquinando cómo aprovechar ese horror, esos muertos y esa destrucción para acabar con Mazón y con Feijóo, con su inestimable ayuda: uno porque no estuvo donde debía y al día siguiente se sentía tan culpable como para recibir con lisonjas al mismo Sánchez que ya le estaba apuñalando; y el otro porque no se sabe o no se quiere saber la ley y sorprendentemente permitió que el comensal del Ventorro hindú pareciera inocente y fiscal a la vez.

Para los más decentes, puede quedar clara una cosa: más que la lluvia, lo que mató fue la gestión de la lluvia, de la presa de Forata y del mantenimiento de los barrancos, de las alertas vinculantes, de la rapidez en la evacuación, de la sensibilidad ante los avisos, de la atención a las advertencias meteorológicos y de la decencia. O si lo prefieren dicho de otra manera: todos tuvieron su Ventorro y todos deberían avergonzarse, pedir perdón y marcharse a sus casas. Aquí no se salva nadie y que a estas alturas todavía haya barro es tan incomprensible como para aceptarle a nadie, además, su dosis mastodóntica de fango.

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