El irónico elogio de las mujeres chicas
Juan Ruiz, Arcipreste de Hita: Libro del Buen Amor
Fotograma de la película 'El libro del buen amor', basado en la obra de Juan Ruiz
Una de las peculiaridades de nuestra literatura es que el autor de alguna de sus indiscutibles obras maestras constituye un auténtico enigma: así sucede con La Celestina, El Lazarillo de Tormes, la Epístola Moral a Fabio, el soneto A Jesús crucificado… Y, antes, al Libro de Buen Amor.
Es ésta una obra escrita en el siglo XIV. Refleja la nueva sociedad de esa época, en la que nacen los burgueses (los habitantes de los burgos, las ciudades) y surge un nuevo tipo de lector, que no busca la épica ni la religión sino el puro entretenimiento. A él parecen ir dirigidas obras como el Decamerón, los Cuentos de Canterbury y el Libro de Buen Amor.
Comentar cualquier aspecto o episodio de este Libro supone meterse en un buen lío porque está lleno de enigmas; especialmente, lo que se refiere al autor, al sentido de la obra y a su título.
Conocemos muy bien la biografía de Boccaccio y bastante la de Chaucer; en cambio, casi todo lo que sabemos sobre Juan Ruiz es hipotético, discutible. Con frecuencia, aparecen nuevas teorías que discuten muchos datos básicos. Descubrir datos sobre un personaje clerical que, en esa época, tenía ese nombre, tan común, no resuelve nada.
Creemos que es el autor del Libro de Buen Amor porque en él así se afirma pero ni siquiera eso es seguro. Parece ser que nació hacia 1283 y murió hacia 1350; que escribió el Libro hacia 1330 – 1343. Quizá sea cierto que recibió la orden de fiscalizar la vida de los clérigos de Talavera y que estuvo en la cárcel, en Guadalajara. Tradicionalmente se ha creído que fue Arcipreste en el pueblo alcarreño de Hita: Manuel Criado del Val organizaba allí un pintoresco festival medieval.
Cualquier lector del Libro advierte que su autor posee una amplia cultura: conoce, por ejemplo, muchos términos musicales. Combina géneros literarios variados: fábulas, sátiras, alegorías, parodias, serranillas, planto, cantigas… Ha leído a Aristóteles, el Ars amandi de Ovidio, la comedia humanística seudo-ovidiana Pamphilus, las polémicas a favor y en contra de las mujeres.
Parece lógico situarlo dentro de la tradición clásica, con un espíritu cercano al de los goliardos, pero algunos ilustres estudiosos advierten en él huellas de las tres culturas: Américo Castro lo relaciona con El collar de la paloma; María Rosa Lida, con las maqamat hebreas…
Ha llegado a nosotros el Libro de Buen Amor en tres manuscritos, que muestran importantes diferencias: algunos opinan que se trata de dos versiones sucesivas. Comprende cerca de 1.700 versos. En las partes narrativas, utiliza la cuaderna vía, la estrofa de Berceo y el mester de clerecía: cuatro versos de catorce sílabas, con una cesura en medio, que riman en consonante. En las partes líricas, una notable variedad de estrofas.
Muchos episodios se refieren a distintos amores del protagonista: con una viuda, una monja, una mora, una panadera, varias serranas… El hilo conductor adopta la forma de una autobiografía ficticia. Algunos críticos, que hoy nos parecen ingenuos, lo entendieron como una real autobiografía; hoy, no es ésa la opinión habitual. Muchos señalan que Juan Ruiz –en caso de que sea él– utiliza el yo didáctico, igual que hace el cura que, en un sermón, se pone a sí mismo como ejemplo de pecadores: «Soy envidioso, lujurioso, iracundo…».
El título se ha tomado del verso 933: «Buen amor dije al libro…». Pero esto plantea la pregunta básica: ¿cuál es, para el autor, el buen amor y cuál, el mal o loco amor? ¿El amor de Dios frente al amor humano? ¿El amor espiritual frente al amor carnal? ¿El amor legal frente al adúltero o sacrílego? Francisco Márquez Villanueva lo ha puesto en relación nada menos que con el amor udrí o de Bagdad, cantado por algunos poetas árabes…
Para un lector medio actual, resulta cercana la voz de un poeta medieval que coloca en el centro de sus deseos el dinero y el erotismo. Por eso, se ha hecho muy popular esta estrofa:
el mundo por dos cosas trabaja: la primera,
por haber mantenencia; segunda cosa era
por tener juntamiento con hembra placentera».
(En todas las citas, modernizo ligeramente el lenguaje).
Ofrece el Libro una visión plural de la mujer ante el amor. Dámaso Alonso tituló su estudio La bella de Juan Ruiz, todo problemas. En vez de sacar una sola conclusión, parece prudente mostrar algunos ejemplos, muy variados.
El episodio de los amores de don Melón y doña Endrina parece cercano al mundo del amor cortés, estilizado, como una pintura florentina del prerrenacimiento:
¡qué bella, qué donaire, qué alto cuello de garza!
¡Qué cabellos, qué boquita, qué color, qué buenandanza!
Con saetas de amor hiere, cuando los sus ojos alza».
En cambio, las serranas del Libro de Buen Amor no están idealizadas, no tienen nada que ver con el mundo de las pastorelas provenzales o las serranillas del marqués de Santillana. Tampoco son realistas, desembocan en una caricatura grotesca, que asusta a los varones.
Pero no son éstas las únicas mujeres activas sexualmente, opina el escritor:
más diabluras hace de las que el hombre quiere».
Las mujeres pueden llegar a perderse, por la lujuria:
«Cuando están encendidas y mal quieren hacer,
alma, cuerpo y fama: todo lo dejan perder».
Uno de los episodios más atractivos del Libro, para un lector actual, es el de los consejos que da el amor para escoger mujer:
con el cabello rubio, que no sea de alheña (‘un tinte’);
las cejas apartadas, largas, altas, en peña;
ancheta de caderas: ésta es talla de dueña.
Ojos grandes, cercanos, pintados, relucientes,
con las pestañas largas, muy bien parecientes;
las orejas pequeñas, delgadas; para mientes
si tiene el cuello alto: eso quieren las gentes».
Busca el protagonista la ayuda de una tercera, Trotaconventos, un claro antecedente de Celestina, que recomienda esto, para encontrar a la mujer perfecta:
iguales y muy blancos, un poco apartadillos;
las encías, bermejas; los dientes, agudillos;
los labios de su boca, bermejos, angostillos.
La su boca, así, que tenga buena guisa.
Su cara sea blanca, sin vello, clara y lisa.
Conviene que las veas primero sin camisa,
pues la forma del cuerpo te dirá: ¡esto aguisa! (‘me gusta’)».
A la alcahueta le toca preguntar si la mujer buscada tiene «pechos chicos… sobacos un poquillo mojados… piernas chicas… pies chicos…». Concluye con una sentencia: «En la cama, muy loca; en la casa, muy cuerda».
He elegido un fragmento en el que el Arcipreste muestra su sabio dominio de la ambigüedad y de la ironía. Partiendo de la idea básica de que, en todos los terrenos, lo pequeño es más atractivo, va comparando a la mujer con el oro; con una planta, el jacinto; con una piedra preciosa, el rubí; con especias, la pimienta, la nuez; con aves y pájaros que cantan: la calandria y el ruiseñor, los mismos que cantaron junto al balcón de Romeo y Julieta y el papagayo y el oriol…
En la penúltima estrofa, se dejan ya las comparaciones para centrarse en un hermoso elogio de la mujer pequeña:
recreo y alegría, placer y bendición…».
Y, en la última estrofa, un quiebro inesperado, irónico, remata felizmente el episodio:
por ello, entre mujeres, ¡la menor es mejor!».
Como ya hemos visto, apenas sabemos nada con certeza de Juan Ruiz. Pero hay algo que sí sabemos, sin la menor duda: es un gran escritor. Y sabía muy bien de lo que hablaba:
tuve de las mujeres a veces gran amor».
Por eso, setecientos años después, lo sentimos tan próximo a nosotros como un buen amigo.
Elogio de las mujeres chicas
que cante sus noblezas, voy a decirlas luego:
alabaré a las chicas y lo tendréis por juego.
¡Son frías como nieve y arden más que el fuego!
Son heladas por fuera pero, en amor, ardientes;
en la cama, solaz, placenteras, rientes;
en la casa, hacendosas, cuerdas y complacientes;
veréis más cualidades en cuanto paréis mientes.
En pequeño jacinto, yace gran resplandor;
en azúcar muy poco, existe gran dulzor;
en la mujer pequeña, cabe muy gran amor.
Pocas palabras bastan al buen entendedor.
Es muy pequeño el grano de la buena pimienta
pero más que la nuez reconforta y calienta;
así, en mujer pequeña, cuando el amor consienta,
no hay placer en el mundo que en ella no se sienta.
Como en la rosa chica existe gran color;
como en muy poco oro, gran precio y gran valor;
como poco perfume nos da muy buen olor,
así, mujer pequeña, guarda muy gran amor.
Como el rubí pequeño, tiene mucha bondad,
color, virtud y precio, nobleza y claridad;
así, la mujer chica tiene una gran beldad,
hermosura y donaire, amor y lealtad.
Chica es la calandria y chico el ruiseñor
pero cantan más dulce que otra ave mayor.
La mujer, cuando es chica, por eso es aún mejor:
es más dulce su amor que azúcar y que flor.
Son aves muy pequeñas papagayo y oriol
pero cualquiera de ellas es dulce cantador,
gracioso pajarillo, preciado trinador;
como ellos es la dama pequeña con amor.
Para mujer pequeña, no hay comparación:
terrenal paraíso y gran consolación,
recreo y alegría, placer y bendición;
es mejor en la prueba que en la salutación.
Siempre quise a la chica más que a grande o mayor:
escapar de un mal grande, nunca ha sido un error.
Del mal tomar lo menos: lo dice el sabidor.
Por eso, entre mujeres, ¡la menor es mejor!
Otras lecciones de poesía:
- Gil Vicente: Romance de Don Duardos
- Tomás de Iriarte: El burro flautista
- Agustín de Foxá: Melancolía de desaparecer
- Luis de Góngora: Mientras por competir con tu cabello
- Garcilaso de la Vega: Soneto V
- Anónimo: 'El conde Olinos' y 'El conde Arnaldos'.
- Vicente Aleixandre: Mano entregada.
- Antonio Machado: Yo voy soñando caminos…
- Francisco de Quevedo: Poderoso caballero...
- Oliverio Girondo: Se miran.
- Anónimo: Romance del prisionero.
- Luis Cernuda: Si el hombre pudiera decir.
- Gutierre de Cetina: Madrigal.
- Andrés Fernández de Andrada: Epístola moral a Fabio.
- José María Pemán: Ante el Cristo de la Buena Muerte.
- Anónimo: A Cristo crucificado.
- José Zorrilla: Don Juan Tenorio.
- Fray Damián Cornejo: Soneto.
- Jorge Manrique: Coplas a la muerte de su padre.
- Bécquer: Rimas.
- Cervantes: Soneto al túmulo de Felipe II.
- Antonio Machado: Retrato.
- Manuel Machado: Adelfos.
- Anónimo: La Misa de Amor (Romance).
- Rosalía de Castro: Dicen que no hablan las plantas.
- Valle-Inclán: Testamento.
- Baltasar del Alcázar: Cena jocosa.
- Pedro Salinas: La voz a ti debida.
- Rubén Darío: Lo fatal.
- Francisco de Quevedo: A una nariz.
- San Juan de la Cruz: Noche oscura del alma.
- Esperando la Navidad: Magnificat / El canto de la Sibila.
- Lope de Vega: Soneto 126.
- Pedro Muñoz Seca: La venganza de don Mendo.
- Francisco de Quevedo: Soneto de amor.