Un muy olvidado poeta luso-español de primera categoría mundial
Gil Vicente (hacia 1465-antes de 1540): Romance de Don Duardos
Grabado de Gil Vicente
Si preguntamos a un grupo de personas de cierto nivel cultural cuáles han sido, a lo largo de la historia, los dramaturgos españoles de primera fila mundial, es seguro que coincidirán casi todos en una serie de nombres: Lope de Vega, Tirso de Molina, Calderón de la Barca, Moratín, Zorrilla, Benavente, Valle-Inclán, García Lorca, Buero Vallejo…
Alguno, más especializado en el tema, añadirá quizá a Fernando de Rojas, Cervantes, Quiñones de Benavente, don Ramón de la Cruz, Arniches, Jardiel Poncela…
En cambio, también estoy seguro de que casi ninguno se acordará de Gil Vicente. Ya sé que, en arte, no caben los podios ni las clasificaciones deportivas, pero me atrevo a decir que, en mi modesta opinión, Gil Vicente es claramente un escritor de primerísima fila.
¿Por qué no se le recuerda más, entre nosotros? Por dos claras razones: por ignorancia y por considerar que es portugués. Dado el estado actual de la enseñanza, con la ignorancia sistemática de las humanidades, el abandono de los clásicos, el desprecio de la memoria y de la cronología, lo primero no es nada de extrañar.
En el país vecino, Gil Vicente es considerado «el padre del teatro portugués». Se concede un valor simbólico extraordinario a la representación cortesana que él hizo, como actor y autor, de su Monólogo del vaquero, el 8 de junio de 1502, para celebrar el nacimiento de don Juan III.
En ese sentido, es una figura paralela a la de Juan del Encina, por las representaciones que organizó en el palacio de los duques de Alba. Los dos parten del teatro medieval religioso e inauguran un teatro cortesano renacentista, que abre el camino al teatro moderno; los dos son músicos y elevan estéticamente la poesía popular, en la que se basan.
Dentro de eso, Gil Vicente me parece muy superior, por su lirismo, su capacidad satírica y su libertad de pensamiento. Ya proclamó Menéndez Pelayo que no había quien lo igualase en la España de su tiempo.
La ironía con la que retrata Gil Vicente a muchos personajes y sectores sociales recuerda la norma clásica de la comedia: «castigat ridendo mores» (censura las costumbres sonriendo). Algunos críticos han llegado a verlo como un antecedente de Molière.
Por su libertad de pensamiento, coincide Gil Vicente en no pocos aspectos con Erasmo de Rotterdam, su absoluto coetáneo. Un ejemplo: en su Farsa de Inez Pereira, se atreve a presentar en escena a una mujer «muito fantasiosa», que, al leer las profecías bíblicas, se pregunta por qué no puede ser ella la madre del Mesías…
Gil Vicente era poeta y era músico. En su obra, igual que en las de Cervantes y de Shakespeare, encontramos preciosos elogios de la música. Por ejemplo, éste:
su madre de la tristura».
Como luego hará Lope de Vega, intercala Gil Vicente, en su teatro, numerosos poemas de tipo tradicional y de un exquisito lirismo. Gracias a Dámaso Alonso, su gran valedor español, influyó notablemente Gil Vicente en los poetas neopopularistas (Lorca y Alberti, sobre todo) de nuestra generación del Veintisiete.
Con frecuencia, no sabemos si una cancioncilla que aparece en una obra de Gil Vicente es totalmente original suya o si reelabora alguna canción tradicional castellana. Es exactamente lo mismo que hace Lope de Vega; por ejemplo, en El caballero de Olmedo, a partir de una letrilla:
al caballero:
la gala de Medina,
la flor de Olmedo».
Vemos lo mismo en un poemita de Gil Vicente, de tema muy sencillo. Para elogiar la hermosura de una joven, recurre al testimonio de tres varones: un marinero, un caballero y un pastor. El poeta invita a los tres a compararla con lo más bello que conocen, dentro, cada uno, de su oficio. Y el poema queda abierto, sin conclusión, con una delicada belleza:
¡cómo es bella y hermosa!
Digas tú, el marinero,
que en las naves venías,
si la nave o la vela o la estrella
es tan bella.
Digas tú, el caballero,
que las armas vestías,
si el caballo o las armas o la guerra
es tan bella.
Digas tú, el pastorcico,
que el ganadico guardas,
si el ganado o los valles o la sierra
es tan bella».
Si Gil Vicente es uno de los mayores poetas portugueses, ¿por qué digo que debemos considerarlo también español? No por ningún intento de apropiación, como los que tantas veces han hecho los franceses y ahora llevan hasta el ridículo algunos catalanes independentistas. La razón es muy simple: de un total de unas 50 obras de teatro de Gil Vicente, ocho están escritas exclusivamente en castellano; en las demás, escritas en portugués, muchos personajes hablan en castellano. (Algo semejante ocurre, referido al italiano y al portugués, en las obras de otro gran dramaturgo renacentista español, Torres Naharro).
¿A qué se debe esto? Ante todo, a una razón social evidente: el bilingüismo real de aquella Corte y de aquella sociedad. También, a razones literarias: los modelos, el sentido del decoro clásico (la adecuación a los personajes), la musicalidad, el prestigio de esa lengua…
Por su gran sensibilidad poética, unida a su gran conocimiento, admiró muchísimo Dámaso Alonso a Gil Vicente: publicó una antología de sus Poemas y una edición con prólogo de una preciosa obra teatral, La tragicomedia de don Duardos (hacia 1522).
El argumento de ella se basa en un episodio de una novela de caballerías, el Primaleón, que forma parte del ciclo de los Palmerines. El protagonista, don Duardos, de familia real inglesa, se enamora de la princesa Flérida. Empeñado en conquistar su amor sólo por su persona y no por su condición social, se disfraza de hortelano y trabaja en el jardín de la princesa. Sus razones nos suenan mucho más modernas que medievales:
no es bienaventurado,
que el precio está en la persona».
Se siente metido don Duardos en «otra más oscura / guerra, de tanta pasión / que la temo». Con su apuesta (no decir quién es), arriesga perder para siempre a su amada, pero confía en «los milagros del amor, / maravillas de Cupido». Para declararse de forma encubierta, utiliza una canción. Y, con sus palabras de fino amador, mantiene viva la llama:
de este mundo».
Está actualizando así la vieja fórmula de Virgilio: «Omnia vincit amor» (todo lo vence el amor). Así sucede también en esta obra de Gil Vicente: Flérida se rinde al amor de don Duardos y sólo entonces descubre que también él es de familia real.
Después de Dámaso Alonso, hizo una versión del Don Duardos Carmen Martín Gaite. La dirigió, en la Compañía Nacional de Teatro Clásico, Ana Zamora, enamorada del teatro prelopista. Y Marina Mayoral utilizó el estribillo final como título de una novela: Contra muerte y amor.
En la conclusión, ¿cómo mantendrá Gil Vicente la emoción, para que no se quede todo en un convencional «final feliz»? Igual que suele hacer Shakespeare en sus comedias: con un poema cantado. En este caso, como le gusta a Gil Vicente, glosa una cantiga tradicional:
no hay defensión ninguna».
El poema que he elegido esta vez es un romance que mantiene siempre la rima en -ía. Nos sitúa en un ambiente idealizado: «en la noche más serena / que el cielo hacer podía». Por fin, Flérida ha vencido todas sus dudas, decide abandonarlo todo para marcharse con don Duardos: ha triunfado el amor. Al partir, se despide de las flores de su jardín: el símbolo de todo lo que ha sido su vida hasta entonces. Se disculpa, por abandonar a su padre:
que no fue la culpa mía :
tal tema tomó conmigo
que me venció su porfía».
Intenta tranquilizarla el enamorado don Duardos, contándole todas las maravillas que la esperan en su nueva vida: hermosos jardines, doncellas bien elegidas, palacios lujosos…
Cuando parte la galera, Flérida se adormece dulcemente, en brazos de don Duardos. Y él formula la bellísima conclusión:
aquesta sentencia mía:
que, contra muerte y amor,
nadie no tiene valía».
Y el Patrón del barco apostilla:
«Lo mismo iremos cantando,
por ese mar adelante…»
Y así seguimos, los lectores actuales, navegando por ese mar de belleza en el que nos ha embarcado Gil Vicente, ese gran poeta portugués y español.
Romance de don Duardos
de mayo antes un día,
cuando los lirios y rosas
muestran más su alegría,
en la noche más serena
que el cielo hacer podía,
cuando la hermosa infanta
Flérida ya se partía,
en la huerta de su padre,
a los árboles decía:
-Quedaos con Dios, mis flores,
mi gloria que ser solían,
voime a tierras extranjeras,
pues ventura allá me guía.
Si mi padre me buscare,
que grande bien me quería,
digan que el amor me lleva,
que no fue la culpa mía:
tal tema tomó conmigo
que me venció su porfía.
Triste, no sé a dónde voy
ni nadie me lo decía-.
Allí hablaba don Duardos:
-No lloréis, mi alegría,
que, en los reinos de Inglaterra,
más claras aguas había
y más hermosos jardines,
son vuestros, señora mía.
Tendréis trescientas doncellas
de alta genealogía.
De plata son los palacios
para vuestra señoría;
de esmeraldas y jacintos,
de oro fino de Turquía,
con letreros esmaltados,
que cuentan la vida mía:
cuentan los vivos dolores
que me disteis aquel día,
cuando con Primaleón
fuertemente combatía.
Señora, vos me matasteis,
que yo, a él, no lo temía-.
Sus lágrimas consolaba
Flérida, que esto oía.
Fueronse a las galeras
que don Duardos tenía:
cincuenta eran por cuenta,
todas van en compañía.
Al son de sus dulces remos,
la princesa se adormía
en brazos de don Duardos,
que bien le pertenecía.
Sepan cuantos son nacidos
aquesta sentencia mía:
que, contra muerte y amor,
nadie no tiene valía.
Otras lecciones de poesía:
- Tomás de Iriarte: El burro flautista
- Agustín de Foxá: Melancolía de desaparecer
- Luis de Góngora: Mientras por competir con tu cabello
- Garcilaso de la Vega: Soneto V
- Anónimo: 'El conde Olinos' y 'El conde Arnaldos'.
- Vicente Aleixandre: Mano entregada.
- Antonio Machado: Yo voy soñando caminos…
- Francisco de Quevedo: Poderoso caballero...
- Oliverio Girondo: Se miran.
- Anónimo: Romance del prisionero.
- Luis Cernuda: Si el hombre pudiera decir.
- Gutierre de Cetina: Madrigal.
- Andrés Fernández de Andrada: Epístola moral a Fabio.
- José María Pemán: Ante el Cristo de la Buena Muerte.
- Anónimo: A Cristo crucificado.
- José Zorrilla: Don Juan Tenorio.
- Fray Damián Cornejo: Soneto.
- Jorge Manrique: Coplas a la muerte de su padre.
- Bécquer: Rimas.
- Cervantes: Soneto al túmulo de Felipe II.
- Antonio Machado: Retrato.
- Manuel Machado: Adelfos.
- Anónimo: La Misa de Amor (Romance).
- Rosalía de Castro: Dicen que no hablan las plantas.
- Valle-Inclán: Testamento.
- Baltasar del Alcázar: Cena jocosa.
- Pedro Salinas: La voz a ti debida.
- Rubén Darío: Lo fatal.
- Francisco de Quevedo: A una nariz.
- San Juan de la Cruz: Noche oscura del alma.
- Esperando la Navidad: Magnificat / El canto de la Sibila.
- Lope de Vega: Soneto 126.
- Pedro Muñoz Seca: La venganza de don Mendo.
- Francisco de Quevedo: Soneto de amor.