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Andrés Amorós
Lecciones de poesíaAndrés Amorós

Una de las más populares leyendas españolas, patriótica y religiosa

José Zorrilla (1817-1893): A buen juez, mejor testigo

Act. 24 sep. 2025 - 12:18

El poeta y dramaturgo José Zorrilla

El poeta y dramaturgo José ZorrillaWikipedia

Ha pasado a la historia José Zorrilla, por supuesto, por ser el autor del popularísimo drama Don Juan Tenorio. Pero él era sobre todo y se consideraba poeta; más aún, fue el modelo indiscutible del poeta romántico español.

Se dio a conocer en una escena muy teatral, en el entierro de Larra, cuando, de modo inesperado, un joven desconocido se adelantó a declamar unos versos muy efectistas sobre el difunto.

Su biografía es novelesca: se peleó con su padre; llevó una vida bohemia, pasó hambre; como consecuencia de un matrimonio desgraciado, sufrió la reiterada persecución de su mujer…

A la vez, llegó a encarnar, en España, lo mismo que Víctor Hugo, en Francia: el mito romántico del poeta como un vate, un profeta; es decir, alguien que ve más lejos que los demás y, por ello, como un nuevo Moisés, enseña al pueblo el camino que debe seguir. Recibió honores insólitos: el emperador Maximiliano le nombró director del Teatro Nacional de México; fue coronado solemnemente poeta nacional en Granada…

La poesía de Zorrilla no se caracteriza por la profundidad de pensamiento sino por la facilidad, la musicalidad, el efectismo; por todo ello, llega fácilmente al pueblo.

La enjuicia con dureza Pérez de Ayala: más que arte, posee una gracia inconsciente; canta sin reflexión, sin saber lo que dice, igual que un pájaro. Por eso mismo, su canto agrada a todos.

Aunque muchos viajeros consideraban que España era un país romántico por naturaleza, el romanticismo literario triunfa plenamente en España en el teatro, en la década que va desde el estreno de La conjuración de Venecia (1834), de Martínez de la Rosa, hasta el del Don Juan Tenorio (1844).

Pocos años antes de este estreno, desde 1837 a 1840, cuando Zorrilla acababa de cumplir los 20 años, publicó siete tomos de Poesías. En el segundo de ellos (1838) se incluye su leyenda A buen juez, mejor testigo: una de sus obras que alcanzó una mayor popularidad.

Una de las vertientes más conocidas del romanticismo es el historicismo. A los románticos no les gustaba el mundo en el que vivían, una sociedad que les parecía positivista, prosaica. Por ello, se refugiaban con la imaginación en épocas pretéritas. El ejemplo europeo más conocido es Walter Scott, con sus populares novelas históricas, que se han mantenido como lecturas para adolescentes: Ivanhoe, Rob Roy, Waverley

En España, muchos escritores románticos situaron sus obras en la Edad Media y en los Siglos de Oro. Por supuesto, no lo hacían con el rigor histórico de un estudioso sino con la libertad de un poeta; por ello, incurrieron en no pocos anacronismos, algo que no les preocupaba demasiado. Los héroes que presentaban eran, en realidad, trasuntos del hombre romántico, movidos por los sentimientos; las mujeres, ejemplos del ideal femenino del romanticismo.

Algo parecido sucede con la localización de esas obras. No les agradaban a los románticos las grandes ciudades (en España, la capital), salvo que se tratara de mostrar los bajos fondos, los crímenes. Solían elegir, para situar sus obras, ciudades pintorescas, de personalidad singular. (Podría ser romántico el lema turístico que inventó Fraga: «España es diferente»). Huían con la imaginación a ciudades como Toledo, Salamanca, Sevilla, Granada, Ronda

Gran popularidad alcanzaron algunas Leyendas de Zorrilla, basadas –más o menos– en tradiciones de origen religioso: El capitán Montoya, Margarita la tornera, Justicias del rey don Pedro… Y, por supuesto, A buen juez, mejor testigo.

Enlazan con los Romances históricos del duque de Rivas, pero no se centran en personajes históricos importantes. Zorrilla sabe contar una historia, es un maestro en la narración en verso, un género nada fácil; aumenta lo descriptivo y lo dramático; añade musicalidad, teatralidad, efectismo. En algunos aspectos, las suyas son un antecedente de las preciosas Leyendas de Bécquer.

¿Por qué elige Zorrilla este género de las leyendas en verso? Se han dado varias explicaciones. El ministro Olózaga le propuso escribir un romancero de crímenes, que sustituyera a los romances de ciegos. En vez de eso, eligió escribir «un legendario tradicional».

¿Por qué lo hizo? Opinan algunos que fue un factor importante el deseo de agradar a su padre: todas sus obras juveniles –confiesa Zorrilla– pretendían «borrar de la memoria de mi padre el crimen de mi fuga del hogar paterno y alcanzar su perdón». Creen otros que buscaba el aplauso de un público amplio.

En todo caso , estas Leyendas reflejan las ideas conservadoras de Zorrilla: su rechazo a la España de su tiempo, que le parecía decadente, antipoética; su nostalgia de una época en la que «iba España por ambos hemisferios».

El patriotismo de Zorrilla es absolutamente indiscutible y va unido a la defensa de la religión. (Hace poco, Russell P. Sebold ha llamado a estas obras «leyendas fantásticas a lo divino»). Así lo proclama el poeta muchas veces:

«Cristiano y español, con fe y sin miedo,
canto mi religión, mi patria canto».

Culmina esto en los Cantos del trovador:

«Mi voz, mi corazón, mi fantasía,
la gloria cantan de la patria mía».

A buen juez, mejor testigo se sitúa en el Siglo de Oro, en Toledo: una ciudad romántica, con su mezcla de culturas, en la que Zorrilla había estudiado durante un breve período.

Cuenta una historia de amor y honor, que podría ser el argumento de una comedia de Lope o de Calderón: la joven Inés (el mismo nombre de la protagonista del Tenorio) es seducida por el soldado don Diego, que le promete matrimonio, cuando vuelva de las guerras de Flandes. Al regresar, convertido en capitán, niega su compromiso. Iván de Vargas, el padre de la joven, denuncia al seductor ante el juez don Pedro de Alarcón. Cuando éste pide un testigo de la promesa, sólo se le ocurre recurrir al Cristo de la Vega, que realiza el milagro.

Parte esta obra de una leyenda tradicional toledana: el Cristo está en su ermita, situada en la Vega, al lado del Tajo, fuera del casco histórico, cerca de la Puerta del Cambrón. Se construyó en el lugar donde estuvo la basílica de Santa Leocadia y donde tuvieron lugar los concilios de Toledo. Posee un hermoso ábside mudéjar. En Semana Santa, salen de ella, en procesión, el Cristo y la Virgen del Amparo.

La leyenda de un Cristo milagroso que desclava su brazo de la cruz para ayudar a un devoto existe también en Valladolid, la cuna de Zorrilla, en la Virgen de Pozo (la utiliza Lope, en una comedia) .

En un curioso dibujo, Picasso recoge el tema de un exvoto del Cristo de Torrijos (Toledo): para proteger a un picador, caído en el suelo, a merced del toro, Cristo desclava el brazo derecho y, con un capote, le hace el quite, dándole al toro un lance.

Narciso Alonso Cortés estudió muchos antecedentes literarios de esta leyenda, desde la literatura medieval en latín. La recogen también una cantiga de Alfonso X y Gonzalo de Berceo.

Divide Zorrilla su poema en seis partes, más una conclusión (lo que yo recojo es sólo un fragmento de la sexta parte). La primera, sitúa la escena de la seducción en una misteriosa noche toledana. En la segunda, en una «tarde serena», aparece una hermosa visión de Toledo, iluminada por el sol poniente: «como una ciudad de grana/coronada de cristales». El padre de la joven requiere al soldado a que se case con la joven, para reparar su honra. Diego promete hacerlo: «Al año estaré de vuelta/y contigo en los altares». Iván le obliga a jurarlo en la ermita, delante del Cristo.

Comienza la tercera parte con unos versos que se han hecho populares:

«Pasó un día y otro día,
un mes y otro mes pasó,
y un año pasado había
mas de Flandes no volvía
Diego, que a Flandes partió».

Inés lo espera llorando, a los pies del Cristo:

«…pero, siendo una quimera,
en tan frágil realidad,
quien espera, desespera».

En medio del dramatismo, añade Zorrilla un detalle cómico, no logra consolar a la joven su confesor:

«Que mal se cura el amor
con las palabras de un viejo».

Cuando vuelve el soldado, convertido en capitán, niega conocer a Inés. En la cuarta parte, escribe Zorrilla un memorable estribillo sentencioso:

«Tanto mudan a los hombres
fortuna, poder y tiempo».

Todo desemboca en la escena final, de enorme teatralidad dramática: «¿Tienes testigo? Ninguno/Capitán, idos con Dios…». Pero el padre alega que el juramento se hizo delante del Cristo. Acuden a la ermita y el Crucificado realiza el impresionante milagro de desclavar el brazo derecho, posarlo sobre los autos y testificar:

«Y allá en los aires, ‘¡sí juro!’,
clamó una voz más que humana…»

La leyenda de Zorrilla alcanzó pronto una enorme popularidad. Dio lugar, en 1906, a una composición musical, para recitador y cuarteto de cuerda, de Conrado del Campo. Y, en 1926, a la versión cinematográfica del director Federico Deán Sánchez, con los actores Julio Rodríguez y Mary de Lucentum (alicantina, supongo, por su nombre artístico).

Continúa hoy atrayendo a los lectores la musicalidad de Traidor, inconfeso y mártir, escrita en romance y en quintillas. También, su teatralidad, comparable a la de un drama en tres actos; el brillante retrato del soldado, que algunos han comparado a los de Velázquez; la habilidad con la que conduce el relato, graduando el interés.

La extraordinaria popularidad del poema se debe, sobre todo, a la impresionante escena final, en la que vemos al Cristo actuar como un testigo:

«Los labios tenía abiertos
y una mano, desclavada».

No es extraño que esta leyenda haya fascinado a tantos lectores y que muchos, incluso, se supieran de memoria alguno de sus versos.

A buen juez, mejor testigo (fragmento)

Allá por el Miradero,

por el Cambrón y Bisagra,

confuso tropel de gentes

del Tajo a la vega baja.

Vienen delante don Pedro

de Alarcón, Iván de Vargas,

su hija Inés, los escribanos,

los corchetes y los guardias;

y detrás, monjes, hidalgos,

mozas, chicos y canalla.

Otra turba de curiosos

en la vega les aguarda,

cada cual comentariando

el caso según le cuadra.

Entre ellos está Martínez,

en apostura bizarra,

calzadas espuelas de oro,

valona de encaje blanca,

bigote a la borgoñona,

melena desmelenada,

el sombrero guarnecido

con cuatro lazos de plata,

un pie delante del otro

y el puño, en el de la espada.

Los plebeyos, de reojo le miran

de entre las capas;

los chicos, al uniforme,

y las mozas, a la cara.

Llegado el gobernador

y gente que le acompaña,

entraron todos al claustro

que iglesia y patio separa.

Encendieron ante el Cristo

cuatro cirios y una lámpara

y, de hinojos, un momento

le rezaron, en voz baja.

Está el Cristo de la Vega

la cruz en tierra posada,

los pies alzados del suelo

poco menos que una vara;

hacia la severa imagen,

un notario se adelanta,

de modo que, con el rostro,

al pecho santo llegaba.

A un lado tiene a Martínez;

a otro lado, a Inés de Vargas;

detrás, el gobernador,

con sus jueces y sus guardas.

Después de leer dos veces

la acusación entablada,

el notario a Jesucristo

así demandó, en voz alta:

–Jesús, hijo de María,

ante nos, esta mañana,

citado como testigo

por boca de Inés de Vargas,

¿juráis ser cierto que un día,

a vuestras divinas plantas,

juró a Inés Diego Martínez

por su mujer desposarla?

Asida a un brazo desnudo,

una mano atarazada

vino a posar en los autos

la seca y hendida palma

y, allá en los aires, ‘¡sí juro!’

clamó una voz más que humana.

Alzó la turba medrosa

la vista a la imagen santa…

Los labios tenía abiertos

Y una mano, desclavada.

José Zorrilla

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