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Andrés Amorós
Lecciones de poesíaAndrés Amorós

Un escandaloso donjuán proclama sus angustias y sus contradicciones

El conde de Villamediana (1582-1622): Buscando siempre lo que nunca hallo

Act. 24 sep. 2025 - 12:16

Óleo 'La muerte del conde de Villamediana', de Manuel Castellano

Óleo 'La muerte del conde de Villamediana', de Manuel CastellanoWikipedia

Juan de Tassis, conde de Villamediana, es, probablemente, el poeta español cuya biografía ha dado lugar a una leyenda más amplia y novelesca: aristócrata, mujeriego, camorrista, tahúr, gran jinete, derrochador, maldiciente, escandaloso, dandy, desterrado… Resume Felipe Pedraza: «Carne de leyenda». Y Francisco Rico: «Se ganó su leyenda a pulso».

Se le ha considerado antecedente y modelo del don Juan; también, un nuevo Macías, el poeta gallego enamorado; él mismo se identificaba con Faetón, el radiante conductor del carro del sol, cuya arrogancia le condujo al desastre…

Sin novelerías, lo define el doctor Marañón: «El tipo perfecto de noble español renacentista, de ingenio excelente, intrépido, lleno de todos los atractivos personales y fundamentalmente inmoral».

El 21 de agosto de 1622, cuando regresaba desde el Palacio Real a su casa, en la calle Mayor de Madrid, fue asesinado a cuchilladas por un desconocido. Lo cuenta Góngora a un amigo, en una carta: «Salió de los portales que están a la acera de San Ginés un hombre, que se arrimó al lado izquierdo que llevaba el conde, y, con arma terrible de cuchilla, según la herida, le pasó del costado izquierdo al molledo del brazo derecho, dejando tal batería, que aún en toro diera horror».

No se sabe con seguridad quién lo mató ni por qué pero no cabe duda de que muchos lo odiaban y que pudieron ser los instigadores del crimen: acreedores, amantes despechadas, maridos ultrajados, nobles a los que había escarnecido en sus sátiras, el valido Olivares, el propio rey o la reina…

Pronto circuló por la corte un poema dialogado, anónimo (algunos lo atribuyeron a Góngora) que explicaba el caso conceptuosamente, comparando a Villamediana con las leyendas del Cid Campeador, para implicar en el asesinato al monarca:

«-Mentideros de Madrid,
decidnos, ¿quién mató al conde?
-Ni se sabe ni se esconde:
sin discurso discurrid.
-¿Dicen que lo mató el Cid
por ser el conde Lozano?
-¡Disparate chabacano!
La verdad del caso ha sido
que el matador fue Bellido
y el impulso, soberano».

Pocos años después, dedicó al mismo tema unas décimas efectistas Antonio Hurtado de Mendoza:

«Ya sabéis que era don Juan
dado al juego y los placeres,
amábanle las mujeres
por discreto y por galán.
Valiente como Roldán
y más mordaz que valiente,
más pulido que Medoro
y, en el vestir, sin segundo,
causaban asombro al mundo
sus trajes, bordados de oro.
Muy diestro en rejonear,
muy amigo de reñir,
muy ganoso de servir,
muy desprendido en el dar.
Tal fama llegó a alcanzar
en toda la Corte entera
que no hubo, dentro ni fuera,
grande que le contrastara,
mujer que no le adorara
ni hombre que no le temiera».

Junto a la leyenda de Villamediana, conviene recordar algunos datos biográficos que parecen ciertos: nació en Lisboa porque estaban allí sus padres, formando parte del séquito de Felipe II. Le educaron los humanistas Tribaldos y Jiménez Patón; no alcanzó título universitario. A los 18 años, acompañó a Valencia a Felipe III, a su boda con Margarita de Austria, y fue nombrado gentilhombre. Con 20, se casó con Ana de Mendoza; sus hijos se malograron. Al morir su padre, heredó el título y el cargo de Correo Mayor (por deudas, fue vendiendo luego el Correo de varias ciudades).

Fue desterrado tres veces por Felipe III. La primera, estuvo en Francia y Flandes; la segunda, en Nápoles, le permitió hacerse amigo del poeta Marino; la tercera, quizá en Andalucía, por haber criticado al duque de Lerma y a Rodrigo Calderón. Felipe IV le concedió el perdón real. Ganó el primer premio en las Justas Poéticas por la beatificación de San Isidro.

Se hicieron famosas las anécdotas sobre sus amores. Cuenta la leyenda que, en el estreno de su comedia La gloria de Niquea, él mismo provocó el incendio del coliseo de Aranjuez, para salvar en sus brazos a la reina Isabel, de la que estaba enamorado: un ejemplo llamativo de llevar a la práctica la desmesura barroca.

Se presentó una vez en un baile con una capa, cubierta de reales (monedas de oro), y, jugando conceptuosamente con el nombre, esta leyenda: «Son mis amores reales». La tomó como título de su drama en verso, en 1925, Joaquín Dicenta.

Villamediana era un gran jinete, gastaba mucho dinero en mantener una buena cuadra y poseía notable destreza como torero a caballo. Una vez, lo alabó la reina: «Pica bien». Y el rey matizó, con una frase que se ha hecho popular: «Pica bien pero pica muy alto…».

A todo esto se une otro elemento polémico. Narciso Alonso Cortés descubrió un documento que implicaba a Villamediana en un proceso judicial por lo que se llamaba entonces el «pecado nefando» (la sodomía). No llegó a ser condenado el conde pero queda en duda hasta qué punto estuvo implicado.

Al ser una figura tan polémica, Villamediana tiene fervorosos partidarios y también detractores. Escribieron sobre él, en su siglo, Céspedes y Meneses, el conde de Saldaña, Vélez de Guevara; en el Romanticismo, el duque de Rivas y Hartzenbusch; luego, varios folletinistas y novelistas populares.

En general, los románticos lo defienden, como enamorado. Menéndez Pelayo lo censura, por su barroquismo gongorista. Luis Rosales le dedicó su discurso de ingreso en la Real Academia y, luego, un libro: lo reivindica, como persona y como poeta; defiende que su proceso fue un intento de destruir su memoria.

Hace poco, han escrito sobre él novelas dos grandes escritores: Néstor Luján, Decidme, ¿quién mató al conde? (1987); Fernando Fernán Gómez, Capa y espada (2001).

Últimamente, Carlos Aganzo lo define así: “Un escritor que rompió todos los moldes. Caballero entre los caballeros. Poeta entre los poetas. Donjuán entre los donjuanes. Tahúr entre los tahúres. Gozaba del don de la insolencia “ (ése es el título de su libro, publicado en 2024).

El atractivo novelesco del personaje no debe hacernos olvidar la categoría del poeta, ya muy reconocida en su tiempo. Comenzó a publicar sonetos a los 17 años. Además de alguna obra teatral, escribió más de 200 poemas mitológicos, satíricos, políticos, eróticos…

Si los comentaristas discrepan en su valoración del conde de Villamediana como personaje, muchos grandes poetas, de estilos muy distintos, lo admiran y han escrito poemas sobre él. Señalo sólo tres ejemplos.

Gerardo Diego lo glosa (ése es su título), como si fuera un vanguardista:

«Tú miras allá lejos, allá lejos (…)
y, en la mica tan glauca de tu espejo,
tan soberbia en su luz, escondes trémulos
cristales piadosísimos de lágrimas».

Jorge Guillén se identifica con su hondo conceptismo:

«He llegado a lo más alto;
delante de mí, el abismo:
me apetece dar un salto».

A Pablo Neruda, en cambio, le acompaña Villamediana en su torrencial erotismo:

«Crujen minutos en tus pies naciendo,
tu sexo asesinado se incorpora
y levantas la mano en donde vive
todavía el secreto de la espuma».

Como poeta satírico, Villamediana destaca por su afilado ingenio. No es de extrañar que le temieran y le odiaran algunas damas (¿antiguas amantes?) y ciertos personajes de la corte. Casi nos inspira ternura, por ejemplo, el alguacil Pedro Vergel, del que se burla sin piedad.

En los poemas de amor de Villamediana se aprecian dos claras líneas, la petrarquista y la barroca, gongorina. Para algunos, se trata de dos etapas sucesivas. Creo yo, más bien, que las dos influencias conviven, en mayor o menor medida, a lo largo de su biografía.

Todos recordamos el maravilloso soneto de Lope de Vega que define las contradicciones del amor: «Desmayarse , atreverse, estar furioso…». No le va muy a la zaga el soneto de Villamediana sobre el mismo tema:

«Determinarse y luego arrepentirse,
empezarse a atrever y acobardarse,
arder el pecho y la palabra helarse,
desengañarse y luego persuadirse (…)
Y, sin saber por qué, desvanecerse.
Efectos son de amor: no hay que espantarse
que todo del amor puede creerse».

Juan Manuel Rozas, uno de los recientes estudiosos de Villamediana, reivindicó un grupo de poemas suyos, a los que bautizó como el «cancionero del desengaño». Muy original, por ejemplo, y casi cervantino, me parece su elogio del silencio:

«Silencio, en tu sepulcro deposito
ronca voz, pluma ciega y triste mano
para que mi dolor no cante en vano
al viento dado ya, en la arena escrito».

El soneto que he seleccionado pertenece a un grupo de poemas que me parecen especialmente atractivos, en los que Villamediana se analiza y proclama sus contradicciones. Éste es otro ejemplo:

«Cuando me trato más, menos me entiendo;
hallo razones que perder conmigo;
lo que procuro más, más contradigo…».

Algunos atribuyen estas contradicciones a la conocida técnica petrarquista de los «opósitos», subrayada por la estética barroca. Ésa puede ser su raíz pero no es suficiente para algo que parece ser un rasgo personal de Villamediana.

Lo confirma el soneto seleccionado, con sus constantes antítesis: buscar/no hallar. Culpa/castigo. Lo que digo/lo que callo. Condenarme/valerme. Ser dichoso/no serlo. Dar razones/no encontrarlas. Defenderse/rendirse. Confiar/dudar. Vivir/morir. Amor/agravio…

Más allá de la repetida tradición poética de las quejas del enamorado, lo que puede llamar más la atención de un lector actual es que, al mirar dentro de sí, encuentra Villamediana la ruptura de la coherencia personal; el tormento de Sísifo, como en Albert Camus; la repetición cotidiana del dolor, como en Miguel Hernández: «Pena con pena y pena desayuno».

Hasta el verso cuarto del soneto no aparece el culpable de todo esto: el Amor, de quien el poeta se declara vasallo. Dos veces repite el mismo verbo: «sufrir… yo sufro». Lo único seguro que advierte es la duda y, al final, la muerte. No descubre ningún horizonte de esperanza…

El amor nos conduce a todos a vivir entre contradicciones. Al ser consciente de esta ley inexorable, el conde de Villamediana no se queda en los juegos verbales sino que mira dentro de sí, se asoma a un abismo de autoanálisis, en el que nada es firme ni seguro...

Por eso, más allá de las anécdotas, por sugestivas que puedan parecernos, sentimos a Villamediana tan moderno, tan próximo a nosotros.

Buscando siempre lo que nunca hallo

No me puedo sufrir a mí conmigo
y, encubierta la culpa, y no el castigo,
me tiene Amor, de quien nací vasallo.

Yo sufro y no me atrevo a declarallo,
con ser tan imposible el bien que sigo,
que, cuando me condena lo que digo,
no me puedo valer con lo que callo.

Sigo como dichoso, no lo siendo;
quisiera dar razones y no hay modo
y de puro rendido me defiendo.

Del tiempo fío lo que en todo dudo
y, en fin, he de mostrar claro muriendo,
que, en mí, el amor más que el agravio pudo.
Conde de Villamediana

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