Sigue sonando la campana del amor, aunque se haya ido
Deslumbra Antonio Gala al lector con un lenguaje que sabe ser, según le conviene, frívolo o profundo; que bebe, a la vez, en fuentes cultas y populares
Antonio Gala, en una imagen de 2018
Empiezo a escribir: «Antonio Gala era…» y me detengo. Él hubiera dicho: «Algunos tiempos pretéritos tienen tela…» Continúo. Parece mentira que sea ya solamente historia literaria alguien con quien has compartido bastantes jornadas; que no puedas ya escuchar sus pequeñas o grandes maldades sobre Terenci y Paco Nieva, Concha Velasco y José Luis Alonso; sobre escritores, actrices, directores de escena, críticos de teatro…
Gala ha sido un gran escritor, un personaje singularísimo, un amigo de sus amigos y enemigo de sus enemigos. También, un fenómeno de sociología literaria único: en toda mi vida, no he conocido ningún caso semejante de adoración popular a un escritor. Una conferencia suya, una firma de libros, un recital de poemas daban lugar a un verdadero problema de orden público.
En aquellos años, no podías ir con él por la calle ni sentarte co él en una terraza porque acudían las masas a pedirle un autógrafo (todavía no existían los selfies), a saludarlo, a contarle algo, a darle algún absurdo regalo o, simplemente, con veneración, a tocarlo. Se lo comentaba yo: igual que les sucedía a los Reyes de España en el Siglo de Oro.
El personaje
Según Américo Castro, tenían fama de curar lamparones con sólo aplicar sus manos sobre la cabeza del enfermo... Y no le molestaba mucho a Antonio la comparación. Pero, impaciente y tímido, se cansaba pronto: «¡Vámonos, vámonos!» Y teníamos que salir pitando hacia algún sitio retirado.
Era muy inteligente, pero soportaba mal a los tontos, que abundan tanto, cerca de los famosos. Recuerdo una cena, en casa de Ignacio Bayón: toda la noche, Antonio, Juan Cueto y yo estuvimos burlándonos de un personaje vanidoso, que estuvo feliz, sin darse cuenta de nada…
Antonio, además, había construido su personaje: el bastón, la melenita, el jersey sobre los hombros, el perrito… Más de una vez he contado que, cuando se publicaron por primera vez las Charlas con Troylo, en edición mía, a nuestra inteligente amiga Sylvia Martín, Relaciones Públicas de Espasa, se le ocurrió hacer la presentación en la Rosaleda del Retiro y avisar, en la tarjeta de invitación de que se podía ir con perro… Cientos de personas acudieron allí, con su perro.
Para evitar que nos aplastara la masa, Antonio y yo nos tuvimos que subir a un viejo banco de azulejos desconchado. Desde allí, rodeados de una marea humana, contemplé cómo una señora menuda le alargaba a Antonio, por encima de las cabezas de los demás, un caniche que quería regalarle. La reconocí por el caracolillo, sobre la frente: era Estrellita Castro. Al lado de Antonio, te podían suceder cosas muy inverosímiles.
Años difíciles y luego el éxito
Se había dedicado a enmarañar su biografía: el lugar y el año de nacimiento; la familia; los primeros estudios; un amago fallido de vocación religiosa… Debía de ser, ya entonces, un joven muy singular.
Se vino a Madrid; pasó años difíciles, con poco dinero, escribiendo poemas… La revelación deslumbrante fue el estreno de Los verdes campos del Edén (1963), una desgarrada fábula sobre el mito del paraíso perdido: una de las claves de toda su obra. Luego, se sucedieron los éxitos, en la escena: Los buenos días perdidos, Anillos para una dama, Petra Regalada…
Como autor de teatro, lo tenía todo: éxito, fama, dinero… Sin embargo, le hubiera gustado tener el respaldo de la crítica que tenía Paco Nieva, aunque apenas lograba estrenar sus obras. Así de paradójica es la vida.
Cuajó plenamente Gala como escritor con las series de artículos, que le granjearon una enorme popularidad. En sus Charlas, le contaba a Troylo, su perro, y a todos nosotros, que lo primero es el corazón:
Las frases del pueblo
Y citaba oportunamente a Shakespeare: «El corazón, maese Shallow, el corazón: eso es lo único que importa».
A la Dama de Otoño, en su Cuaderno, le explicaba la importancia decisiva de los sentimientos:
Deslumbra Gala al lector con un lenguaje que sabe ser, según le conviene, frívolo o profundo; que bebe, a la vez, en fuentes cultas y populares. (Nunca he entendido cómo un verdadero virtuoso del lenguaje, como él era, no entró en la Real Academia Española).
Sabe usar las frases del pueblo, con una base sobre todo andaluza, para no caer en la frialdad aséptica del lenguaje culto. Un solo ejemplo: en nuestro país, «no está la Magdalena para tafetanes».
Para apresar al lector, como gancho de abordaje, suele recurrir Gala al humor, con una gran riqueza y variedad del vocabulario. Ejemplos: «el perrengue de ser el trasero de Carmen Sevilla». «El gran rebumbio de la Navidad».
El éxito de expresar lo que sentimos
Cambia frases conocidas, que esperamos escuchar, provocando en el lector un efecto de sorpresa: en Andalucía, «no es moro todo lo que reluce». Y se atreve a realizar uniones léxicas insólitas: «Pues vaya con Dios por Dios».
Más allá de la brillantez verbal, en ese territorio común de los sentimientos, se hermana Gala con sus lectores: todos nos sentimos solos, todos nos enamoramos, todos nos ilusionamos, todos sufrimos…
Por debajo de la anécdota, su literatura apunta a lo que nos identifica y nos une, no a lo que nos separa; a lo permanente, no a lo fugaz: el amor y el destino, la vida y la muerte, lo auténtico y lo falso…
El secreto del éxito de Antonio Gala consiste en expresar con precisión y belleza lo que todos sentimos: lo que todos querrían decir, si fueran escritores. Le apliqué yo la frase de un poeta prerromántico francés, Andrea Chénier: «Quand je parle de moi, je parle de vous» (‘Cuando hablo de mí, hablo de ti’).
Le gustaba mi preferencia por cómo describía él la esperanza:
A partir de El manuscrito carmesí (1990), publicó varias novelas de gran éxito popular. El mismo éxito que alcanzaron sus recopilaciones temáticas sobre el amor (El águila bicéfala) y sobre Andalucía, su tierra de adopción (Andaluz).
Escribió guiones de televisión de una calidad literaria desusada, entre nosotros: Paisaje con figuras. Y recuperó sus poemas juveniles, bellamente clásicos: Enemigo íntimo.
La pasión por la vida
Con certero ingenio, decía Clarín que todo lo que escribió don Juan Valera era «valeresco». El mismo criterio cabe aplicar a Antonio Gala: toda su obra es profundamente unitaria, inconfundible, personalísima.
Su mensaje es muy claro: el ser humano busca ante todo la felicidad, debe luchar con todas sus fuerzas contra los que ponen obstáculos a esa felicidad. Nuestro mayor deber, nuestra única sabiduría, consiste en sentir pasión por la vida.
Se lo dice Jimena a su hija, en Anillos para una dama:
A lo largo de los años y en distintos géneros literarios, repite siempre lo mismo. Baste con un ejemplo. En 1970, afirma El Marinero, un personaje de El caracol en el espejo: «No es que la vida sea importante. Es más: es lo único que tenemos».
En 1981, el escritor le dice a su perro: «La vida, Troylo, es única. Es, sencillamente, lo único que tenemos».
En 1996, La regla de tres culmina así: «Estamos rodeados de muertos. A ellos vamos; pero entretanto estamos vivos. Y vivir es nuestra mayor obligación».
De la primera frase a la tercera han pasado veintiséis años, pero la idea –y casi las palabras– son las mismas.
Su esencia del arte: la poesía
Se proclamó siempre Gala «solitario y solidario». Se dirigía al individuo, «a la calidad minoritaria de la mayoría». Defendió reiteradamente que la verdadera redención de los seres humanos es la que viene «de dentro afuera y desde abajo».
Si atendemos al número de páginas, es evidente que la mayor parte de la obra de Gala (teatro, series de artículos, novela, guiones de televisión) está escrita en prosa. Si buscamos la raíz, la entraña de esa obra, no cabe duda de que es poética.
Lo han visto así sus mejores lectores. Lo proclama Ana Padilla: «Para Gala, toda la esencia del arte es poesía: el género más íntimo, más delicado, por el que se descubre el mundo».
Lo confirma Pere Gimferrer: «Es más poeta (y más escritor, también) que los más de los poetas españoles del día. Lo es por su tratamiento artístico del material verbal».
Crisis religiosa
Conviene aquí deshacer un equívoco. El teatro (y toda la obra) de Antonio Gala es poético no sólo por el lirismo de algunas frases sino también, y, sobre todo, por algo más profundo: intenta dar expresión bella y permanente a las fuerzas básicas, a los instintos primarios, a las intuiciones esenciales del ser humano.
Alguna vez contó el origen de su pasión por la poesía: «A los siete años, compré Las mil mejores poesías de la lengua castellana». Era una antología que hoy nos parece vetusta, publicada por Editorial Bergua, en 1928, y que tuvo múltiples ediciones: con todas sus limitaciones, sirvió para que muchos chicos españoles descubrieran el mundo de nuestra poesía clásica. ¡Ya me gustaría a mí que, hoy en día, los jóvenes españoles leyeran libros parecidos a éste y se asomaran a ese mundo, en vez de a las redes sociales!
En su período juvenil de crisis religiosa, Gala ya se sentía poeta:
Raíces clásicas
Todavía en 2018, con 88 años, contestaba así a la pregunta de un periodista: «¡Claro que sigo escribiendo poesía! No podría hacer otra cosa…»
Afirma Gala con rotundidad: «Yo, lo que fundamentalmente soy, es poeta». Al decir eso, no se refiere sólo a los versos sino a algo más profundo: al sentido de la poesía como poiesis platónica; es decir, como creación y construcción de la realidad. Para explicarlo, recurre a una curiosa metáfora:
Su poesía tiene raíces clásicas muy claras: Virgilio, Horacio, Catulo, Ovidio. Le influyen muchísimo los grandes poetas barrocos españoles: Góngora, Villamediana, Lope, Quevedo, Soto de Rojas, Carrillo de Sotomayor; de los modernos, Lorca, Aleixandre, Cernuda, Cavafis...
Junto a todo esto, siente profundamente la visión romántica de la poesía como una expresión necesaria; a la vez, individual y colectiva:
Nuevos libros de poemas
Comenzó a escribir poemarios Antonio Gala en su juventud: Perseo. Enemigo íntimo (que obtiene el accésit del Premio Adonais). Valverde 20. Baladas y canciones. La deshora. Algo posterior fue Meditación en Queronea. En la madurez, sorprendió y deslumbró a los lectores con sus nuevos libros de poemas: Sonetos de la Zubia. Testamento andaluz. Poemas de amor. Tobías desangelado.
Sus lecturas de poemas, con su hermosa voz y su cautivadora forma de recitarlos, suponían un verdadero acontecimiento social.
He elegido yo esta vez uno de los Sonetos de la Zubia. La historia editorial de este libro es bastante complicada. Se publican por primera vez en 1981, son 11 poemas. En el CD De viva voz. Antonio Gala recita sus poemas de amor, son ya 21. Llegan a 27 cuando los publica ABC, el 7 de noviembre de 1987. Y se amplían a 62, en la recopilación Poemas de amor (2007). (Hay también alguna otra edición, formando parte de antologías).
La edición del ABC llevaba esta nota introductoria:
En el Prólogo a la antología Poemas de amor, comenta Gala:
«Huyendo del desamor»
La palabra «zubia» quiere decir «un lugar por donde corre o afluye el agua». El pueblo que tiene ese nombre conserva baños árabes, acequias, albercas y aljibes.
Está situado al Sur de la Vega de Granada, a sólo 6 kilómetros de la capital, junto al parque nacional de Sierra Nevada. Allí tuvo lugar, en 1491 una batalla: según la tradición, porque Isabel la Católica quiso acercarse a la Alhambra, a caballo, y los árabes creyeron que era la avanzadilla de un ejército.
A pesar de la fecha de 1986, que dio Gala en ABC, en otra ocasión manifestó que el origen de estos sonetos era anterior: algunos, los escribió en Bloomington, en el verano de 1966, cuando estaba «huyendo del desamor, después de haber vivido un amor pleno, arrasador, invasor, que le llegó en el momento exacto».
En estos poemas creo advertir la clara influencia de los Sonetos del amor oscuro, de Federico García Lorca, que tienen una historia tan rocambolesca. Parece que los comenzó a escribir en Valencia, en 1935, pero no se publicaron hasta diciembre de 1983.
'Sonetos de la Zubia'
Fue una edición absolutamente pirata, sin mención de editor ni de imprenta. Se distribuyeron los ejemplares por correo: lo recuerdo bien, a mí me llegó uno, sin remite ni nota alguna. Esta edición consiguió su objetivo: pocos meses después, en 1984, la familia de García Lorca ya autorizó la edición.
Si no me equivoco, Gala concibió este conjunto de poemas a la manera del célebre Cancionero de Petrarca, que iniciaba un género. Es una obra unitaria, aunque se componga de fragmentos.
Su tema es la vivencia del amor, expresada en primera persona y dirigida a la persona amada. Los temas son los clásicos: la intensidad con que se vive el amor, la felicidad y el sufrimiento, la imposibilidad de huir de él…
Su personal 'Cancionero'
A partir de Torquato Tasso, la historia de amor de los Cancioneros no sigue un orden cronológico; como una arquitectura barroca, tiene varios focos. El ejemplo clásico es el de un mosaico, que presenta un solo tema pero que está compuesto por muchas diminutas teselas…
Según Corominas, el término «Cancionero», en su sentido petrarquista, se usó en castellano desde mediados del siglo XV. Escribieron Cancioneros Garcilaso, Herrera, Montemayor, Francisco de la Torre, Lope, Quevedo, Pedro Manuel de Urrea…
Si no me equivoco, en los Sonetos de la Zubia, Antonio Gala quiso hacer también su personal Cancionero, teñido de color andaluz, sobre el amor. ¿Qué otro tema podría ser? Al Loco de la Colina se lo dijo Antonio Gala:
En los sonetos de este Cancionero se nos da un verdadero tratado sobre el amor: es una condena; usa esposas, mordaza, prisiones; no tiene piedad. Llega hasta nuestros huesos. El cuerpo amado nos trae el paraíso. Nos encadena. Es una trampa en la que caigo, de la que no quiero ni puedo liberarme. Supone el deseo de vencer a la muerte. Todos sentimos sed de amor. Es omnipotente, fatal, no se elige. Está hecho de contradicciones: viene y se va, nos trae desengaño y amargura, deja heridas. Sentimos deseos de maldecirlo…
El poeta enamorado se lo ha jugado todo al amor, quiere su cadena perpetua, pero teme el futuro: «Tú me abandonarás». Sabe que se irá, como el agua, a través de una red.
El amor, en estos sonetos, está hecho de alas de arcángeles; del fuego de la llama y de la zarza ardiente; de música. Se vive en otoño y en primavera; en la noche y en la mañana; en los cármenes, en el huerto, en el mar, en la arena, junto a los frutales y las acequias; perfumado por rosas, azahares, jazmines, yerbabuenas…
Inventor de palabras
Como el amor a Dios de los místicos, ese amor se nutre de contrarios: «miel amarga», «dulce nudo», «red que ahoga y abraza», «venganza generosa», «noche luminosa»; «separándote, te aproximas»; «te vas, me llevas»; «enfrías, animas»… Ya lo mencionaban los sufíes: «Una noche salió el sol de Aquél a quien amo…»
Para expresar su amor, Gala inventa palabras: «entimismad0» (sic). Pero también recurre al lenguaje coloquial, cotidiano: «tiraré los tejos», la alcoba, la almohada, ls sábanas, «enjalbego», «desarrimas», «hacer la cena y la colada»…
En la poesía de Antonio Gala, abundan los paisajes humanizados, que acompañan al enamorado y armonizan con sus sentimientos.
Ante la catedral de Lisboa, reflexiona: «sólo la fuerza del amor / salva un momento la distancia y la muerte».
«La ciudad enamorada»
En Copenhague, se pregunta: «¿Esto era la felicidad?» En Córdoba, se reencuentra:
infancia mía».
En Medinasidonia, vive la tragedia: «Al irte tú, te lo llevaste todo».
En la Villa Adriana de Tívoli, acepta el destino:
el amor ya no está».
En las Termas de Roma, comprende que no todo muere:
pero su rastro perdura más que el bronce y la piedra».
El soneto que he elegido tiene algo de conclusión. Cierra el recitado, en el CD; es el penúltimo, el 26, en la edición del ABC; el último, el 62, en la edición de los Poemas de amor.
Después de la plenitud feliz, se fue el amor. Sin embargo, el enamorado vuelve a su escenario: esta vez, es «la ciudad enamorada», que encarna, una vez más, el gran mito del paraíso perdido.
Éste era ya el tema central del primer drama de Antonio Gala, Los verdes campos del Edén:
Y el de Las cítaras colgadas de los árboles: «Vengo del paraíso, Olalla. Allí no existe el miedo…» Pero ya sabía Jimena, en Anillos para una dama, que «el paraíso siempre acaba perdiéndose».
El ámbito propio del amor
Para encarnar ese mito, ¿por qué ha elegido Gala esta vez «la ciudad enamorada»? Creo que ha recordado la utopía de San Agustín, La ciudad de Dios (aquí, naturalmente, del dios del amor), tal como se encarna, en el prerrenacimiento, en la simbólica ciudad de los pintores sieneses.
Conocía también un precedente más cercano, en los Sonetos del amor oscuro, de García Lorca, el titulado El poeta pregunta a su amor por la Ciudad Encantada de Cuenca:
labró el agua en el centro de los pinos? (…)
¿Te acordaste de mí cuando subías? (…)
¿No viste por el aire trasparente
una dalia de penas y alegrías
que te mandó mi corazón caliente?».
No hay que buscar en el soneto de Gala, en todo caso, la referencia a una ciudad concreta: a partir de una experiencia real, vivida, nos habla del ámbito propio del amor, la encarnación terrena del paraíso. Por eso, el enamorado proclama triunfalmente: «donde un día los dioses me envidiaron».
Asoman aquí unas «altas torres, que por mí brillaron». Puede ser el recuerdo de la preciosa imagen de una ciudad llena de torres, tal como la pinta Pietro Lorenzetti. Pero existe un antecedente más cercano, el cordobés don Luis de Góngora, tan querido por Gala, en su soneto a Córdoba, al que puso música don Manuel de Falla, en 1927, aceptando la invitación de Federico García Lorca y Gerardo Diego:
de honor, de majestad, de gallardía».
Esas «torres» se han convertido, en el soneto de Gala, en «pavesa»: la partecilla que salta del fuego y se convierte en ceniza. Supongo que, al escribir esto, recordaba las «cenizas» y el «polvo enamorado» del prodigioso soneto de Quevedo sobre el amor, más poderoso que la muerte.
Enumeraciones
Aunque ya no existan «plazas, calles, esquinas», el poeta las sigue recordando. Se complace, como suele, en las enumeraciones, que aportan solemne clasicismo a su reflexión sobre el amor: «tanto amor, tanto encanto, tanta risa».
Añade un elemento más, para concluir el poema: «tanta campana como se ha perdido». Esta campana simbólica es la del amor, que sigue resonando, en su recuerdo. Igual que la campana que tañía bajo el agua, en San Manuel Bueno, mártir, de Unamuno y en La cathédrale engloutie, de Debussy.
Lo ha resumido Gala en uno de los sonetos: «Vida y amor no mueren». Por lo menos, no mueren del todo, aunque así pueda parecerlo. Existe un elemento positivo, de afirmación, en este último soneto: «Hoy vuelvo a la ciudad enamorada…»
El poeta ha querido volver, no la ha abandonado. Se acabó el amor, pero permanece vivo el recuerdo. Es lo mismo que le sucedía a Garcilaso:
sentir si, con la vida,
primero no me quitan el sentido».
Uno de los poemas juveniles de Antonio Gala se titulaba Búsqueda de la belleza, en el acto del amor. A ese programa vital y estético siguió fiel, toda su vida. Hasta el final, continuó escuchando el tañido de esa campana del amor, aunque éste ya se había ido.
Varias veces repitió Antonio Gala el epitafio que él había elegido para sí mismo: «Murió vivo». Así sigue vivo, hoy, en su poesía.
'Sonetos de la Zubia': 26
donde un día los dioses me envidiaron.
Sus altas torres, que por mí brillaron,
pavesa sólo son desmantelada.
De cuanto yo recuerdo, ya no hay nada:
plazas, calles, esquinas se borraron.
El mirto y el acanto me engañaron,
me engañó el corazón de la granada.
Cómo pudo callarse tan deprisa
su rumor de agua oculta y fácil nido,
su canción de árbol alto y verde brisa.
Dónde pudo perderse tanto ruido,
tanto amor, tanto encanto, tanta risa,
tanta campana como se ha perdido.
Antonio Gala.
Otras lecciones de poesía:
- Antonio Machado: Canciones a Guiomar.
- Miguel de Unamuno: Mi destierro.
- Jorge Luis Borges: Poema de los dones.
- Pablo Neruda: Veinte poemas de amor y una canción desesperada.
- Miguel Hernández: Elegía a Ramón Sijé.
- Federico García Lorca: Sorpresa.
- Rafael Alberti: Oda a Platko.
- Fray Luis de León: A la vida retirada.
- José de Espronceda: La canción del pirata.
- El conde de Villamediana: Buscando siempre lo que nunca hallo.
- José Hierro: Réquiem.
- José Zorrilla: A buen juez, mejor testigo.
- Gerardo Diego: La ilusión de unas pocas palabras de amor.
- Juan Ruiz, Arcipreste de Hita: Elogio de las mujeres chicas.
- Gil Vicente: Romance de Don Duardos.
- Tomás de Iriarte: El burro flautista.
- Agustín de Foxá: Melancolía de desaparecer.
- Luis de Góngora: Mientras por competir con tu cabello.
- Garcilaso de la Vega: Soneto V.
- Anónimo: 'El conde Olinos' y 'El conde Arnaldos'.
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- Fray Damián Cornejo: Soneto.
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- Pedro Salinas: La voz a ti debida.
- Rubén Darío: Lo fatal.
- Francisco de Quevedo: A una nariz.
- San Juan de la Cruz: Noche oscura del alma.
- Esperando la Navidad: Magnificat / El canto de la Sibila.
- Lope de Vega: Soneto 126.
- Pedro Muñoz Seca: La venganza de don Mendo.
- Francisco de Quevedo: Soneto de amor.
* Lecciones de poesía es la sección que cada sábado ofrece el Catedrático de Literatura y crítico taurino de El Debate, Andrés Amorós, en la sección de Cultura.