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Andrés Amorós
Lecciones de poesíaAndrés Amorós

Don Quijote, la mejor España

Rubén Darío: ‘Letanía de nuestro señor Don Quijote’

Act. 26 nov. 2025 - 10:32

Rubén Darío en 1898

Rubén Darío en 1898Wikipedia

Hemos visto ya que, en un precioso libro, Pedro Salinas explica la poesía de Rubén Darío por la presencia de un gran tema central: el erotismo, en sus múltiples manifestaciones:

«Amar, amar, amar siempre, con todo
el ser y con la tierra y con el cielo…».

Llega así Rubén a lo que Salinas llama «una concepción panerótica del mundo». Pero el deseo de gozar no se sacia nunca; nos hiere el tiempo; la conciencia trae consigo pesadumbre… La poesía de Rubén acaba planteando los más hondos interrogantes, los que han angustiado siempre a cualquier ser humano:

«Y no saber a dónde vamos
ni de dónde venimos».

Junto al amor, señala Salinas un segundo tema fundamental, en Rubén: la poesía cívica, social y hasta política. Defiende los valores de Hispanoamérica, su historia y su futuro, frente a la amenaza de la incultura yanqui. En Los cisnes, se pregunta:

«¿Seremos entregados a los bárbaros fieros?
¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés?».

Con la magnífica arrogancia del que se sabe poeta –es decir, vate, profeta, guía del pueblo–, Rubén increpa en una oda A Roosevelt, el presidente norteamericano:

«Eres los Estados Unidos,
eres el futuro invasor
de la América hispana que tiene sangre indígena,
que aún reza a Jesucristo y aún habla en español».

Para oponerse al gigante yanqui, le basta al poeta con un simple monosílabo, suficiente para llenar todo un verso:

«No».

Y concluye con una advertencia:

«¡Y, pues contáis con todo, falta una cosa: Dios!».

Cree firmemente Rubén Darío en el futuro de la cultura hispánica. Lo expresa con solemne retórica en su Salutación del optimista:

«Ínclitas razas ubérrimas,
sangre de Hispania fecunda,
espíritus fraternos, luminosas almas, ¡salve!».

Al proclamar su esperanza en la vigencia de los valores hispánicos, es lógico, casi inevitable, que Rubén se acuerde de Cervantes, nuestro padre común.

Repito siempre que no debemos ver a Cervantes como una figura pretérita sino como nuestro contemporáneo: nos habla a nosotros, su mensaje está plenamente vigente.

El Quijote se anticipa, sin duda alguna, a todas las novedades de la técnica narrativa contemporánea: el manuscrito encontrado; el narrador no fiable; el perspectivismo; el realismo de almas, no de cosas; la metaliteratura; el humor como técnica de la libertad; la bajada a lo subconsciente; la realidad problemática; los distintos niveles de lectura…

Pero mucho más importante que todo eso es la defensa de los principios morales más elevados, lo que solemos llamar quijotismo. Incluye el heroísmo: «¡Leoncitos, a mí!».

La libertad: «Libre nací y en libertad me fundo».

El cristianismo interior, erasmista.

La dignidad de cualquier ser humano: «Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro hombre si no hace más que otro».

La ética –tan española– del esfuerzo, no del éxito: «Bien podrán los encantadores quitarme la ventura pero el esfuerzo y el ánimo, será imposible».

La dignidad para afrontar esa hora de la verdad que a todos nos llegará: «En los nidos de antaño, no hay pájaros hogaño»…

Éste es el Cervantes que a Rubén Darío le apasiona, no el de los historiadores de la literatura. Coincide absolutamente en eso con la sensibilidad de Azorín: Cervantes no escribió para los cervantistas sino para cualquier lector…

Recordemos que Rubén vino a España en 1892, cuando se cumplía el Centenario del Descubrimiento de América. Volvió aquí en 1898, como corresponsal de La Nación, para comprobar el estado de ánimo de los españoles, después del llamado Desastre. Publicó en España su libro poético más importante, Cantos de vida y esperanza, en 1905, cuando se cumplía el centenario de la primera edición del Quijote.

En su Autobiografía, cuenta Rubén que El Quijote fue uno de los primeros libros que leyó, de niño. Supongo que lo hizo en una de esas ediciones para chicos que hace años leíamos todos, en la escuela, antes de que llegara la peste de la actual pedagogía, con su ignorancia de los clásicos y su rechazo a que se aprendan de memoria poemas.

En las Palabras liminares que preceden a Prosas profanas (1896), su gran libro modernista, recuerda Rubén:

«El abuelo español de barba blanca me señala una serie de retratos ilustres: ‘Éste – me dice – es el gran don Miguel de Cervantes Saavedra’».

Mucho menos conocido es un curioso cuento, enigmáticamente titulado D.Q., que publicó Rubén en un Almanaque argentino de 1898. En Cuba, un soldado español cuenta la derrota española y centra su atención en la figura de un anónimo abanderado, que lleva en la ropa la inscripción que da título al cuento, D.Q.: «Tendría como cincuenta años, mas también podría tener trescientos».

El lector va descubriendo que ese misterioso personaje es nada menos que el propio Miguel de Cervantes, redivivo, que porta una bandera española. Y nos sobrecogemos al leer el dramático final: «Fuese paso a paso al abismo y se arrojó a él».

No conozco otro ejemplo literario de un Don Quijote que, simbólicamente, se suicide. Orson Welles sí tenía la intención de concluir su inacabada película sobre el personaje, que fue rodando a lo largo de décadas, con una explosión nuclear, en la que perecieran Don Quijote, Sancho Panza y todos los seres humanos…

En los Cantos de vida y esperanza (1905), aumenta lógicamente la presencia de Cervantes. Le dedica Rubén un soneto:

«Horas de pesadumbre y de tristeza
paso en mi soledad. Pero Cervantes
es buen amigo. Endulza mis instantes
ásperos y reposa mi cabeza».

Culmina el tema quijotesco, en Rubén, en su Letanía del señor Don Quijote, el poema que he elegido para cerrar esta serie. Su manera de acercarse al personaje no tiene nada que ver con la de los eruditos y los académicos. Él mismo lo subraya. Entre las peticiones que le hace al héroe se encuentra ésta (estrofa 8):

«De horribles blasfemias
de las Academias, ¡líbrame, Señor!».

Creo que la actitud de Rubén coincide plenamente con la de Unamuno, en Del sentimiento trágico de la vida:

«¿Qué me importa lo que Cervantes quiso o no quiso poner allí y lo que realmente puso? Lo vivo es lo que yo allí descubro, pusiéralo o no Cervantes».

Coincide también Rubén con la «cruzada» que nos propone Unamuno, en El sepulcro de don Quijote:

«¡Poneos en marcha! ¿Que a dónde vais? La estrella os lo dirá: ¡al sepulcro! ¿Qué vamos a hacer en el camino, mientras marchamos? ¿Qué? ¡Luchar! Luchar y, ¿cómo? ¿Tropezáis con uno que miente?, gritarle a la cara: ¡mentira!, y adelante. ¿Tropezáis con uno que roba?, gritarle: ¡ladrón!, y adelante. ¿Tropezáis con uno que dice tonterías, a quien oye toda una muchedumbre con la boca abierta?, gritarle: ¡estúpido!, y adelante. ¡Adelante siempre!».

Escribe esta vez Rubén Darío versos de doce sílabas, una medida que fue importante en nuestra literatura en el siglo XV, en la escuela alegórico-dantesca; por ejemplo, en el Laberinto de Fortuna, de Juan de Mena, y en la Comedieta de Ponza, del Marqués de Santillana. Luego, fue sustituido este verso por el endecasílabo, de una musicalidad mucho más suave y atractiva.

Recupera el dodecasílabo el modernismo, por influencia francesa. Lo utiliza con frecuencia Rubén. En este caso, esos versos ayudan al tono solemne, clasicista, que busca la Letanía. Rítmicamente, se dividen en dos mitades (hemistiquios).

Agrupa Rubén los dodecasílabos en doce estrofas (yo he omitido dos). Cada una tiene seis versos; la tercera, un verso más. Utiliza la rima consonante, pero con un esquema diferente del clásico, en español (el de la llamada sextina o sexta rima). En este caso, riman siempre los dos primeros versos; además, usa a veces la rima interna y el pie quebrado (estrofa 7).

Llama la atención, en el estilo, la abundancia de frases nominales, sin verbo (estrofas 1, 2 y 3); también, las enumeraciones (estrofas 4, 6 y 7): «elogios, memorias, discursos… certámenes, tarjetas, concursos…»

Tengamos en cuenta que el título elegido, Letanía, pertenece al ámbito religioso: es una súplica, dirigida a Dios, a la Virgen o a los Santos, con esa forma enumerativa.

En nuestra cultura, era muy popular –todavía lo recuerdo– la Letanía Lauretana, a la Virgen, a la que se aplicaban una serie de títulos: «Mater purisima, mater santísima, mater inviolata…». En el lenguaje coloquial, se mantiene hoy la palabra «letanía» con el significado ‘enumeración, sarta, retahíla’.

Eso nos ayuda a entender lo esencial del poema. Lo explica magistralmente, como siempre, Pedro Salinas:

«Es una canonización poética de un nuevo santo hispánico. Santo patrono del idealismo y la heroicidad moral, virtudes de universal circulación, sí, pero que Rubén personifica en un invento de la imaginación creadora española y sitúa en su pasado espiritual de hijo de Hispania (…) El personaje cervantino queda proclamado Santo Patrono de la causa eterna del idealismo».

Desde ideologías y sensibilidades muy distintas, lo que intenta hacer Rubén, con este poema, es lo mismo que buscaba Unamuno, al escribir su Vida de Don Quijote y Sancho: interpretar al personaje – dice Salinas – «con el alma entera, viviéndolo, abriéndole toda la vida y sintiéndole, casi, casi, correr por las propias venas». (¡Qué hermoso es cuando un gran poeta escribe sobre otro gran poeta!).

No olvidemos la fecha. Unamuno publica su libro en 1905: exactamente, el mismo año en el que Rubén publica su poema. Al fondo de estas dos obras literarias está la tragedia del llamado Desastre del Noventayocho, con la conciencia de la crisis nacional y de la necesidad de una regeneración, que debe comenzar por lo moral. Para esa empresa tan necesaria pero tan ardua, que bien podemos calificar de quijotesca, ¿qué mejor santo patrón podemos tener los españoles que Don Quijote?

La historia nos muestra un hecho evidente: en todos los momentos de crisis nacional grave, algunos españoles han vuelto sus ojos al Quijote, para encontrar inspiración y enderezar el rumbo. Así lo hicieron en 1898, en 1914, en 1927 y en 1939 (tanto dentro de España como en el exilio).

Deberíamos intentarlo también hoy mismo, aunque algunos ignorantes puedan reírse de nosotros.

Releo el final de la estrofa 6:

«… Por advenedizas almas de manga ancha,
que ridiculizan el ser de la Mancha,
el ser generoso y el ser español».

Si esto lo escribiera hoy un poeta o un prosista español, ¿no se apresurarían muchos políticos y muchos periodistas a descalificarlo, incluyéndolo en lo que llaman la «fachosfera»? A ese nivel de desastre hemos llegado.

En el clima de desorientación y de pesimismo que hoy vivimos, volver los ojos a Don Quijote continúa siendo una necesaria medicina. Los valores que él encarna conservan su plena vigencia, frente a la mentira constante, a la ignorancia, al sectarismo, al hedonismo y a la civilización del espectáculo.

Ante todo, debemos estar orgullosos del Quijote. Simboliza la mejor España: la de muchos poetas, que aparecen en este libro. También, la de Francisco de Vitoria y fray Junípero Serra; Velázquez y Zurbarán; Goya y Picasso; Jovellanos y Galdós; Tomás Luis de Victoria y Manuel de Falla; Andrés Segovia y Victoria de los Ángeles; Cajal y Severo Ochoa; Ortega y Zubiri; Menéndez Pidal y Américo Castro; Ignacio Sánchez Mejías y Juan Belmonte; Buñuel y Berlanga… Y tantos españoles más.

No es mérito nuestro, pero ésa es España, la mejor España. Es, también, la de muchos españoles anónimos que trabajan, cada día, para mejorar nuestra patria. La que jamás debemos perder.

Letanía de nuestro señor Don Quijote:

1 Rey de los hidalgos, señor de los tristes,

que de fuerza alientas y de ensueños vistes,

coronado de áureo yelmo de ilusión,

que nadie ha podido vencer todavía,

por la adarga al brazo, toda fantasía,

y la lanza en ristre, toda corazón.


2 Noble peregrino de los peregrinos,

que santificaste todos los caminos

con el paso augusto de tu heroicidad,

contra las certezas, contra las conciencias

y contra las leyes y contra las ciencias,

contra la mentira, contra la verdad.


3 ¡Caballero errante de los caballeros,

varón de varones, príncipe de fieros,

par entre los pares, maestro, salud!

¡Salud, porque juzgo que hoy muy poca tienes,

entre los aplausos o entre los desdenes

y entre las coronas y los parabienes

y las tonterías de la multitud!


4 ¡Tú, para quien pocas fueron las victorias

antiguas y para quien clásicas glorias

serían apenas de ley y razón,

soportas elogios, memorias, discursos,

resistes certámenes, tarjetas, concursos,

y, teniendo a Orfeo, tienes a Orfeón! (…)


5 ¡Ruega por nosotros, hambriento de vida,

con el alma a tientas, con la fe perdida,

llenos de congojas y faltos de sol;

por advenedizas almas de manga ancha,

que ridiculizan el ser de la Mancha,

el ser generoso y el ser español! (…)


6 Ruega generoso, piadoso, orgulloso;

ruega casto, puro, celeste, animoso;

por nos intercede, suplica por nos,

pues casi ya estamos sin savia, sin brote,

sin alma, sin vida, sin luz, sin Quijote,

sin piel y sin alas, sin Sancho y sin Dios.


7 De tantas tristezas, de dolores tantos,

de los superhombres de Nietzsche, de cantos

áfonos, recetas que firma un doctor,

de las epidemias, de horribles blasfemias,

de las Academias,

¡líbranos, Señor!


8De rudos malsines,

de los paladines

y espíritus finos y blandos y ruines,

del hampa que sacia su canallocracia

con burlar la gloria, la vida, el honor,

del puñal con gracia, ¡líbranos, Señor!


9 Noble peregrino de los peregrinos,

que santificaste todos los caminos

con el paso augusto de tu heroicidad,

contra las certezas, contra las conciencias

y contra las leyes y contra las ciencias,

contra la mentira, contra la verdad…


10 ¡Ora por nosotros, señor de los tristes,

que de fuerza alientas y de ensueños vistes,

coronado de áureo yelmo de ilusión!

¡Que nadie ha podido vencer todavía,

por la adarga al brazo, toda fantasía,

y la lanza en ristre, toda corazón!
Rubén Darío.

POSTDATA. Con este comentario concluyo la serie «Lecciones de poesía», que, todos los sábados, desde hace un año, ha venido publicando El Debate. Doy las gracias al Director, Bieito Rubido, por haber acogido algo tan alejado de la urgente actualidad; también a todos los amables lectores que le han prestado su atención y sus comentarios.

Mi único propósito, al escribir esta serie, ha sido defender la importancia que tiene leer buenos poemas; entre otras cosas, para ayudarnos a superar las miserias de la actual política.

Estos comentarios, ampliados, forman un libro que publicará a comienzos de año la editorial Fórcola, tomando como título un hermoso verso de Antonio Machado, Se canta lo que se pierde. Gracias a todos.

Otras lecciones de poesía:

* Lecciones de poesía es la sección que cada sábado ofrece el Catedrático de Literatura y crítico taurino de El Debate, Andrés Amorós, en la sección de Cultura.

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